jueves, 20 de diciembre de 2012

Apuntes de la historia


A una década del hito fundacional de la Argentina del Bicentenario
(Segunda Parte)



El 20 de diciembre de 2001 el gobierno de la Alianza UCR-Frepaso fue derrocado por un movimiento social que desbordó un plan destituyente del peronismo bonaerense, pero, por sobre todo, fue por flagrantes muestras incapacidad del ex presidente Fernando de la Rúa y su entorno: comprendió demasiado tarde la profundidad de la crisis del modelo que se había comprometido en la campaña defender, y recién cuando lo hizo se enredó en una batalla que autodestruyó la coalición gobernante y consumió todo su poder político. Los últimos meses, su gobierno se atrincheró en el poder buscando una fórmula mágica que lo sacara del tembladeral, pero este aislamiento de la sociedad le impidió darse cuenta de que no sólo los humores, sino también los marcos comprensivos de la realidad estaban cambiando. No se trató de que la legitimidad de su poder se agotó por el sin fin de demandas desatendidas o ante alternativas políticas mejores, sino que se volvió cada vez más abstracta e incapaz de traducirse en compromiso social. El orden Republicano, nunca estuvo tan cerca de la disolución como en ese diciembre caliente.



Es que en el contexto de crisis económica resurgieron las voces que había preferido circular soterradamente durante la tempestad del pensamiento único neoliberal que añoraban la época dorada del Estado Benefeactor y Populista –el viejo mito peronista, que ahora se extendía desde 1945 hasta 1975, cuando, en realidad, si existió, hablamos de un periodo que va de 1947 a 1950– y por el resurgimiento de un cierto nacionalismo, que vino cocinándose a fuego lento durante el decenio menemista, con las “relaciones carnales” con EEUU, la “política de seducción” con los malvinenses y los continuos ajustes impuestos por los organismos internacionales de crédito. Muchos argentinos y argentinas empezaron a ver cómo el país se humillaba una y otra vez; copiaba fielmente las “recetas” que les daban en el exterior; se transformaba con la globalización y transnacionalización de la economía, pero cada vez estaba más lejos la promesa de ingresar en el “primer mundo”, se empobrecía y endeudaba más y más, y se conformaba una realidad de profunda desigualdad social, que parecía convertirse en estructural más que coyuntural.

“Este nuevo contexto nutrió sentimientos virulentos de indignación y “traición” (…) El “desengaño menemista” fue, como ya había sucedido en otras ocasiones, entusiasmante, ocasión para desresponzabilizarse, y, para la opinión general, la de reafirmar las premisas que habían hecho posibles el supuesto engaño: como vimos, había sido regla general en esperar entre muchos seguidores del Frepaso, y ahora se generalizó, el develarse “la trampa del libre mercado”, se arrojaba la luz benéficas sobre un pasado en el que el “estado benefactor” había demostrado poder hacer, sin tanto esfuerzo, más o menos feliz a todo el mundo, pasado al que se estaba a tiempo de volver si se hacía a un lado a quien era el principal sino el único responsable de haberlo extraviado. Así, cosa curiosa, a medida que el peronismo se debilitaba como opción electoral y como una subcultura e identidad con fronteras definidas, se tornaba más fácil para actores que recientemente se habían “peronizado”, como era el caso de empleados de servicios de diversa condición, e incluso para capas medias que se habían mantenido sistemáticamente fieles desde 1983 a opciones electorales que lo combatían, como muchos profesionales liberales, echar mano a elementos de su tradición para ir al rescate de un mundo imaginario perdido, que lo había tenido por protagonista. Una nueva generación de pasiones revisionistas, en muchos aspectos equivalente a la de fines de los años sesenta (se nutría de las fábulas de la “resistencia antimenemista” tal como lo habían hecho con las de la “Resistencia” con mayúscula), se estaba así preparando para que alguien la convirtiera en mercado popular y base de apoyo político. Algo que la Alizanza había sabido hacer hasta allí en buena medida, pero pronto tendría bloqueado seguir haciendo”

(Marcos Novaro : 2009, 559)


El diciembre caliente de 2001

En los primeros días de diciembre de 2001 la debacle económica y la crisis social llevaron las tensiones a un punto extremo. El gobierno de De la Rúa era cuestionado por los más diversos sectores y la imposición del “corralito bancario” sumó a las clases medias a las protestas callejeras protagonizadas por los “piqueteros”. Los ahorristas se agolparon frente a las puertas de los bancos en reclamo de su dinero –en especial ante los pertenecientes a grandes trasnacionales, que habían publicitado sus grandes casas matrices y su impresionante número de sucursales en todo el mundo como garantías de su fortaleza–. El descontento de los sectores medios se manifestó mediante “cacerolazos”, que empezaban en la “City” porteña, ante las casas centrales de los principales bancos, y se congregaban en la Plaza de Mayo ante la Casa de Gobierno. 

Las jornadas del 15 al 19 de diciembre fueron decisivas. En algunos barrios del Interior del país y del Gran Buenos Aires comenzaron saqueos a supermercados y negocios. Aunque parecen haber cobrado fuerza de manera espontánea, algunos dirigentes del peronismo bonaerenses claramente promovieron los actos para forzar el traspaso de gobierno. 

“Josefa vive en una casilla humilde de Moreno. El martes 18 de diciembre le dieron una fotocopia de un papelito escrito a mano que decía: Los invitamos a reventar el ‘Kin’ el miércoles a las 11.30, a las 13.30 el ‘Valencia’ y a las 17 el ‘Chivo’. Puntuales, Josefa y cincuenta personas más –que rápidamente se convirtieron en doscientas– estuvieron en el ‘Kin’, en ruta 23 a mil metros del Acceso Oeste.  Desde el lado opuesto de la ruta vieron como un patrullero que estaba en la puerta se replegaba mientras un hombre de la municipalidad de Moreno […] hablaba por celular. Entonces desembarcó una camioneta blanca un grupo de pesados ‘Ellos barretearon las persianas y después nos llamaron para que entremos’, relató Josefa. ‘Unos días después me lo encontré y me dijo que los del PJ le pagaron 100 pesos por el día de trabajo’

(Diario Clarín, 19/05/2002)   

El 19 por la noche De la Rúa decretó el estado de sitio y convocó por primera vez a acordar una fórmula de cogobierno con el PJ, pero esa fórmula fue descartada de plano por casi todo el peronismo –a excepción del ex presidente Carlos Menem–. El mismo 19 el ministro Domingo Cavallo renunció, dejando al presidente en la soledad más absoluta. El estado de sitio decretado y el discurso por Cadena Nacional del presidente para justificarlo encrespó los ánimos de la desencantada clase media que salió esa noche a manifestarse  en cacerolazos masivos en Buenos Aires y las principales ciudades del país durante toda la noche. En la mañana siguiente, la Plaza de Mayo amaneció con muchos caceroleros que habían hecho la vigilia ahí, y empezaron a confluir agrupaciones piqueteras y de militantes de izquierda; y poco después del mediodía se sumaría la tropa peronista encuadrada por los intendentes del conurbano, generándose una batalla campal en el centro de la ciudad entre la multitudinaria manifestación y la policía cuando la Justicia y el Ministerio del Interior ordenaron el desalojo de la plaza. Los incidentes provocaron 15 muertos, centenares de heridos y detenidos. De la Rúa renunció durante la tarde a su cargo y poco antes de las 19 huyó en un helicóptero que se apostó en la terraza de la Casa Rosada –postal del derrumbe del, a esa altura, ex presidente, inmortalizada en miles de fotos y la transmisión en directo de los canales de televisión–, mientras los incidentes continuaban en la Plaza de Mayo y sus alrededores.

El resultado de esas jornadas, aparte del derrumbe del Gobierno nacional, fue de más de 30 muertos en todo el país, además de cientos de comercios saqueados y destruidos. A diferencia de lo sucedido en 1989, durante la hiperinflación, no se trató simplemente de “acciones desde abajo” de un malhumor social espontáneo, sino piezas de muy precisos planes, dirigidos a desencadenar una situación que no tenía visos de resolverse, sino de estirarse indefinidamente y acarrear perjuicios cada vez más serios y generalizados para la clase política y para los sectores concentrados. Salir de ella requería, a diferencia de la de 1989, interrumpir el normal funcionamiento constitucional y crear un nuevo gobierno excepcional. Ello tendría las ventajas de poder salir de la convertibilidad, hacer una quita de la deuda externa y de los depósitos bancarios impagables amparándose en la excepcionalidad de la situación y descargando todas las culpas en De la Rúa, que se había vuelto el eslabón más débil de la cadena a esa altura. Por otro lado, comenzaría un fenómeno de asambleas barriales –especialmente en Buenos Aires–, donde militantes de izquierda tomarían un breve protagonismo veraniego, proponiendo una democracia más participativa –y no meramente representativa, como enuncia la Constitución Nacional– y un reformismo económico y social mucho más radicalizado. Al tiempo que el peronismo iniciaba un proceso de lucha interna entre sus diferentes facciones, que todas se autodenominaron como únicas salvadoras de la situación.  

“Así fue como cerró 2001, abriendo la puerta a un escenario en que muchos de los protagonistas del momento quisieron ven que “cualquier cosa” podía suceder; porque la política había vuelto a ser un ejercicio de acción libre, y habían quedado atrás las ataduras que se le habían impuesto a lo largo de los años, así como las autolimitaciones que los políticos de la democracia se habían impuesto a sí mismos. Sin embargo, pronto se vería que el año concluía sin que se pudieran saldar realmente muchas cuentas del pasado, que los límites que éste imponía a la vida democrática y el progreso social seguían vigentes, en algunos casos inclusos se habían agravado, y que las posibilidades abiertas a la acción libre no eran tantas, y no todas eran auspiciosas”.
(Novaro, op. cit., 615)

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