El jueves negro
Portada del 25/10/1929 "El más grande Crash en Wall Street's de la historia" |
El 24 de octubre de 1929 al mediodía el crecimiento financiero de los “locos años 20” yacía hecho pedazos de papeles en el suelo de la Bolsa de Nueva York. Miles de estadounidenses, desde viudas pobres hasta magnates habían perdido sus ahorros. Al final de ese día, once financistas se habían suicidado.
Mirando hacia atrás, los signos que desembocarían en el “jueves negro” estaban ahí, a la vista de quien quisiera verlos. Pero nadie lo hizo o, mejor dicho, nadie quiso hacerlo.
Mirando hacia atrás, los signos que desembocarían en el “jueves negro” estaban ahí, a la vista de quien quisiera verlos. Pero nadie lo hizo o, mejor dicho, nadie quiso hacerlo.
Los precios de las acciones habían subido más del doble desde 1925 y en septiembre de 1929 el índice Down Jones (una estimación del valor de las acciones principales de la bolsa neoyorkina) había alcanzado la marca récord de 381 en un marcado frenesí. Los indicios de una recesión económica mundial y las advertencia de los expertos de que las acciones estaban sobrevaluadas habían provocado que algunos inversores importantes comenzaran a retirarse del mercado, pero el 19 de octubre impulso de vender alcanzó proporciones alarmantes y los precios empezaron a caer. El ímpetu fue en aumento hasta que cinco días después la bolsa fuera presa del peor pánico de su historia.
Tras la quiebra inicial, la caía fue larga y provocó reacciones en cadena a nivel mundial. Cuando el capital de las inversiones se agotó, las compañías recortaron la producción o quebraron, despidiendo a miles de trabajadores. Los salarios y precios cayeron en picada al igual que el consumo, profundizando la recesión. Los bancos retiraron los préstamos y suspendieron la prórroga de las hipotecas, muchos quebraron y arruinaron a sus inversionistas y clientes. Las naciones europeas, cuya economía dependía de los créditos norteamericanos sufrieron el Crack de forma casi tan aguda como Estados Unidos. El mercado mundial fue afectado y la imposición de medidas proteccionistas por parte de las naciones más poderosas empeoró aún más la situación.
Se creía por entonces –y aún hoy, increíblemente, muchos lo siguen haciendo– que el capitalismo se enmendaba a sí mismo y que la intervención podía ser perjudicial. Por lo que muchos gobernantes se cruzaron de brazos esperando que la anomalía se corrigiera sola, profundizando aún más la crisis y el sufrimiento de los más pobres.
En 1933 el desempleo afectaba a más de 30 millones de familias sólo en las naciones más industrializadas. Lejos de autoenmendarse, el capitalismo parecía moribundo. Empezaron a resurgir y cobrar fuerza los movimientos revolucionarios de derecha e izquierda. La Gran Depresión permanecería casi inalterable hasta el estallido de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
Las causas del Crack financiero y la Gran Depresión
Luego de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), varios países vieron agravarse su situación social y económica. Tanto los victoriosos como los vencidos debían reconstruir sus economías, y los segundos debían además afrontarlo con pérdidas territoriales y la obligación de pagar reparaciones de guerra.
Estados Unidos, que había ingresado en la contienda en 1917, emergió como la principal potencia económica y militar del mundo. Además de volverse el principal proveedor de industria bélica durante la guerra, después de ella se convirtió en el principal vendedor de materias primas y manufacturas del planeta y en el primer acreedor mundial.
Los bancos estadounidenses acumularon una reserva superior al conjunto de las demás naciones del globo. El aumento del índice de productividad, la falta de control de los efectos del crecimiento desordenado terminó por generar una crisis de superproducción. Al lado de la superproducción también encontramos una crisis de subconsumo, la demanda de productos desciende motivado por la desigual distribución de la renta.
A su vez esta se profundiza cuando por la recuperación económica europea de los años 20, hacia el final de esa década comienzan a disminuir las exportaciones norteamericanas hacia el viejo mundo. A pesar de los problemas, los valores en bolsa no dejan de subir. La bolsa sube pero no los beneficios reales de las empresas sino por la expectativa de beneficio. Las inversiones en bolsa se hacen a partir de préstamos concedidos por los bancos por lo que el dinero no va a los inversores productivos, sino a la especulación. El desastre “bursátil” provocó una grave crisis económica y financiera en EEUU, que pronto se extendió al mundo entero.
La estrecha relación económica y financiera entre EEUU y el resto del mundo sumada a la ausencia de mecanismos de cooperación internacional y la persistencia en seguir tomando medidas de corte netamente liberal (reducción del gasto público, restricción de los créditos, disminución de los gastos sociales y salarios, disminución de las importaciones) a la espera de que el capitalismo se autoenmendara y la anomalía se solucionara sola sólo profundizaron aún más la crisis.
La crisis mundial afectó en especial a las naciones o regiones más dependientes de EE.UU: como Japón (este país destinaba 1/3 de sus exportaciones a EEUU, y su expansiva industria estaba endeudada con los bancos estadounidenses); América Latina (la región era un mercado abierto, eminentemente exportador de materias primas y dependiente de las importaciones de productos elaborados. Fue una de las regiones más afectadas en el planeta, debido a la brusca caída del precio de los productos latinoamericanos, que tenían su principal mercado en Estados Unidos: el café brasileño, el azúcar cubano, el algodón peruano, el petróleo venezolano, y el salitre chileno –ya presionado por la introducción de abonos sintéticos–la, que venían teniendo problemas desde hacía un par de años, fueron especialmente castigados en el nuevo escenario económico); Alemania y Austria (en marzo de 1931, el principal banco austriaco, Credit Amsteld, suspende los pagos y en su quiebra arrastrara los grandes bancos austriacos y alemanes. La crisis bancaria alemana repercutió en toda Europa, y está estrechamente relacionada con el ascenso del nazismo); Gran Bretaña ( si bien la crisis no supuso una brusca caída porque su economía todavía no se había recuperado de la crisis provocada por la Primera Guerra Mundial y por la crisis de 1921 al 1924; en septiembre de 1931 la libra esterlina abandonó el patrón oro, al tiempo que los británicos aumentaron la presión sobre su imperio de ultramar, dentro del cual estaba la Argentina, que se vio obligada por ejemplo a firmar el ruinoso –para los argentinos– Pacto Roca-Runciman).
La salida de la crisis y el cambio en el paradigma económico
El Keynesianismo, propuesto por John Maynard Keynes (Keynes publicó sus ideas prácticamente en el mismo momento que Roosvelt propuso el New Deal), es el modelo ensayado por los países democráticos tras el fracaso del sistema económico clásico, y fue el que, según los defensores del modelo, lo sacó de la crisis. La idea clave reside en la intervención del Estado en la economía con la finalidad de compensar los desajustes de la economía de mercado. Según él, la crisis del 29 la había provocado el hundimiento de la demanda y era necesario una intervención del Estado para estimularla. El reequilibrio entre oferta y demanda debía provenir de un aumento de la demanda, y no tanto, de una disminución de la oferta excesiva, como preconizaba la mentalidad liberal clásica.
Para ello, el Estado debía estimular la inversión y el empleo recurriendo para ello al déficit presupuestario. Ello incluía también la inversión directa en obra pública y en los sectores con mayor impacto sobre empleo y demanda. Había que impulsar el consumo elevando el poder adquisitivo de la población, para ello había que proteger las rentas más pobres.
Para ello, el Estado debía estimular la inversión y el empleo recurriendo para ello al déficit presupuestario. Ello incluía también la inversión directa en obra pública y en los sectores con mayor impacto sobre empleo y demanda. Había que impulsar el consumo elevando el poder adquisitivo de la población, para ello había que proteger las rentas más pobres.
La influencia del economista ingles John Maynard Keynes, es la predominante en la década del treinta […] Keynes, que en esencia es un defensor del capitalismo monopolista, enfrentado a la severa crisis que azota a Gran Bretaña y su imperio, trató de demostrar la posibilidad, dentro de ese mismo régimen capitalista, de lograr la plena ocupación, evitar las crisis económicas cíclicas en la economía y aumentar los ingresos populares. Su “política de economía dirigida”, como se la llamó, exigía el “ensanchamiento de las funciones del gobierno”, fundamentalmente en la esfera de la circulación, pues ello “constituye el único medio practicable para evitar la destrucción total de las formas económicas existentes”. De ahí que el “dirigismo estatal” o el “intervencionismo estatal” pertenezcan como fundamentos básicos a la teoría de Keynes…
Alberto Ciria, “Crisis económica y restauración conservadora (1930-1943). En CANTÓN, D. MORENO, J. y CIRIA, A. La democracia constitucional y sus crisis. Historia Argentina Vol. VI. Buenos Aires. Paidós. 2005.
La crisis social provocó en EEUU que un demócrata remplazara a un republicano en el Salón Oval. En nuevo presidente anunció una nueva política económica llamada “New Deal” (Nuevo Trato). A través de esta nueva política se produjo un acentuado intervencionismo estatal para regular la economía. El gobierno asumió el control de las producciones industrial, agrícola y minera, y fijó el precio de los productos; creó instituciones de crédito controladas por el estado e inició un programa de grandes obras públicas para crear fuentes de trabajo. Al mismo tiempo desarrolló un sistema de previsión social y creó un seguro de desempleo.
El abismo económico
Gran Bretaña abandonó en 1931 el libre comercio, que desde 1840 había sido un elemento tan esencial de la identidad económica británica como lo es la Constitución norteamericana en la identidad política de los Estados Unidos. El abandono por parte de Gran Bretaña de los principios de la libertad de transacciones en el seno de una única economía mundial ilustra dramáticamente la rápida generalización del proteccionismo en ese momento. Más concretamente, la Gran Depresión obligó a los gobiernos occidentales a dar prioridad a las consideraciones sociales sobre las económicas en la formulación de sus políticas. El peligro que entrañaba no hacerlo así —la radicalización de la izquierda y, como se demostró en Alemania y en otros países, de la derecha— era excesivamente amenazador.
Así, los gobiernos no se limitaron a proteger a la agricultura imponiendo aranceles frente a la competencia extranjera, aunque, donde ya existían, los elevaron aún más. Durante la Depresión, subvencionaron la actividad agraria garantizando los precios al productor, comprando los excedentes o pagando a los agricultores para que no produjeran, como ocurrió en los Estados Unidos desde 1933. Los orígenes de las extrañas paradojas de la «política agraria común» de la Comunidad Europea, debido a la cual en los años setenta y ochenta una minoría cada vez más exigua de campesinos amenazó con causar la bancarrota comunitaria en razón de las subvenciones que recibían, se remontan a la Gran Depresión.
En cuanto a los trabajadores, una vez terminada la guerra, el «pleno empleo», es decir, la eliminación del desempleo generalizado, pasó a ser el objetivo básico de la política económica en los países en los que se instauró un capitalismo democrático reformado, cuyo más célebre profeta y pionero, aunque no el único, fue el economista británico John Maynard Keynes (1883-1946). La doctrina keynesiana propugnaba la eliminación permanente del desempleo generalizado por razones tanto de beneficio económico como político. Los keynesianos sostenían, acertadamente, que la demanda que generan los ingresos de los trabajadores ocupados tendría un efecto estimulante sobre las economías deprimidas. Sin embargo, la razón por la que se dio la máxima prioridad a ese sistema de estímulo de la demanda —el gobierno británico asumió ese objetivo antes incluso de que estallara la segunda guerra mundial— fue la consideración de que el desempleo generalizado era social y políticamente explosivo, tal como había quedado demostrado durante la Depresión.
Esa convicción era tan sólida que, cuando muchos años después volvió a producirse un desempleo en gran escala, y especialmente durante la grave depresión de los primeros años de la década de 1980, los observadores (incluido el autor de este libro) estaban convencidos de que sobrevendrían graves conflictos sociales y se sintieron sorprendidos de que eso no ocurriera.
En gran parte, eso se debió a otra medida profiláctica adoptada durante, después y como consecuencia de la Gran Depresión: la implantación de sistemas modernos de seguridad social. ¿A quién puede sorprender que los Estados Unidos aprobaran su ley de la seguridad social en 1935? Nos hemos acostumbrado de tal forma a la generalización, a escala universal, de ambiciosos sistemas de seguridad social en los países desarrollados del capitalismo industrial —con algunas excepciones, como Japón, Suiza y los Estados Unidos— que olvidamos cómo eran los «estados del bienestar», en el sentido moderno de la expresión, antes de la segunda guerra mundial. Incluso los países escandinavos estaban tan sólo comenzando a implantarlos en ese momento. De hecho, la expresión «estado del bienestar» no comenzó a utilizarse hasta los años cuarenta.
Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX. Buenos Aires. Crítica. 2007. pp. 102-103.
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