La memoria agujereada
Buenos Aires, 18 de julio de 1994, calle Pasteur, un edificio, una mutual de la colectividad israelí. Alguien toma la decisión de hacer explotar una bomba y matar a todos los que pueda. A los que estén adentro, a los que estén cerca, a los que deben estar en ese momento y esa hora allí, a los que pasaron por casualidad... A cualquiera. 300 heridos, 86 muertos fue el resultado de las acciones que alguien o algunos decidieron. ¿Por qué pasó lo que pasó? ¿Los problemas de Medio Oriente? ¿Las guerras postcoloniales? ¿La ineptitud del gobierno argentino y sus organismos de seguridad? ¿La psicosis del mundo globalizado post-derrumbe del Muro de Berlín? ¿La natural crueldad del hombre lobo del hombre? ¿La irracionalidad de la política posmoderna? ¿Los faccionalismos, fanatismos y fundamentalismos? Gente común que tenía vidas ordinarias murieron por la decisión de otros en ese lugar a esa hora. En ese preciso instante cientos de personas perdieron hijos, padres, esposos, hermanos, amigos, compañeros de trabajo, conocidos circunstanciales... Los demás, los sobrevivientes de la AMIA, que somos nosotros que, por fortuna, casualidad, destino, voluntad divina o como quieran llamarle, aquella mañana no estuvimos en ese preciso lugar a esa hora exacta, en su grandísima mayoría, miramos el atentado indiscriminado y sus consecuencias con absoluto extrañamiento. Nos parece algo totalmente ajeno a nuestras ordinarias existencias. Como si hubiera ocurrido a otro país, o como si esa bomba sólo mató a las personas que debía matar. Como, si en el fondo, "por algo será", una vez más, que tuvo que morir un montón de gente. A lo sumo "la ligó" algún inocente "de rebote", por estar circunstancialmente en el lugar equivocado a la hora equivocada. Por culpa, al fin y al cabo, de las otros asesinados que no eran "inocentes".