Las principales potencias del mundo iniciaron en 1914 un ciclo de conflagraciones que se extenderá hasta 1945, que el historiados británico Eric Hobsbawm tan poéticamente llamó "la era de las catástrofes", en el que el orden geopolítico y económico mundial cambió por completo. Justamente en medio de las dos Guerras Mundiales quedó un periodo (1918-1939) en el que ese orden mundial no terminó de modificarse, sino que se extremaron sus desequilibrios y contradicciones, y llevaron inexorablemente a las potencias a una segunda conflagración interimperialista (1939-1945) mucho más sangrienta y brutal que la Gran Guerra (1914-1918), que luego pasaría a llamarse Primera. Entender este periodo, aunque sea superficialmente como se pretende en este espacio, debemos traspasarlo en varios momentos, por eso empezamos con un acontecimiento cuyo momento crucial ocurrió un año antes, pero que nos llevará incluso muchos años antes para entenderlo: La Revolución Rusa de 1917.
RUSIA: DEL ZARISMO AL BOLCHEVISMO (Primera Parte)
Reformas y contrareformas
Alejandro II (1818-1881), pintura de Nikolái Lavrov |
Rusia conoció su, en palabras de Dostovieski, "su época más negra" antes de la abolición de la servidumbre: "los grandes terratenientes eran dueños de la vida y de la muerte de miles de siervos; en cambio, ellos no eran de utilidad alguna, llevaban una existencia frenética en el extranjero y dedicaban sus espléndidas residencias fuera de nuestro país más de un tercio de las rentas pagadas por los campesinos". Pero el zar pronunció "la gran palabra", vino la liberación, el advenimiento de una nueva época: "En mil años de historia rusa, no hubo nada más grande, más sagrado que la acción de este soberano".
Dostovieski alude al decreto de Alejandro II, promulgado el 3 de marzo de 1861. Unos 50 millones de siervos fueron liberados al mismo tiempo y aproximadamente 100 millones de hectáreas, pertenecientes al zar y a los aristócratas, repartidas entre ellos. El zar indemnizó a los antiguos propietarios; en cuanto a los campesinos, podían amortizar el valor de las tierras mediante contribuciones anuales durante un periodo de cuarenta y nueve años.
Alejandro II, que sucedió a su hermano Nicolás I en 1855, fue acaso el menos autocrático de los monarcas rusos; quebrantó un tanto el régimen draconiano impuesto por su antecesor que había convertido a Rusia en un cuartel. Alejandro devolvió dignidad humana a los campesinos (dos años antes que la emancipación de los negros en Estados Unidos por Lincoln) y moderó parte de la censura a la prensa. Introdujo en el Poder Judicial a jueces inamovibles, juicios por jurado para la primera instancia, audiencias públicas y jueces de paz elegidos popularmente, y creo los zemstvos (asambleas colectivas de distrito, encargadas de la sanidad, educación y agronomía), otorgó alguna autonomía a las universidades, favoreció a la industria y construyó 22 mil kilómetros de vías férreas.
Todo ello le proporcionó cierta popularidad en una época en que la mayoría del pueblo sentía respeto por el zar. "Los rusos son niños", decía Dostovieski, "y el zar es su padre". Incluso un jefe revolucionario como Bakunin, afirmaba después de 1860 que las relaciones entre el zar y el pueblo habían mejorado y rara vez se había visto un monarca que tuviera tantas posibilidades de representar un noble papel. Según Bakunin, Alejandro hubiera podido convertirse en un ídolo del país y el primer "zar popular". pero no llegó a tanto: una de las más importantes medidas de este soberano tan "liberal" fue la organización de la tristemente célebre "tercera sección"; la policía secreta de la cancillería imperial. La fortaleza de Pedro y Pablo de San Petesburgo, las prisiones y los destierros en Siberia se convirtieron en nuevos símbolos de la autocracia zarista; y los abusos, los encarcelamientos y las persecuciones estaban a la orden del día.
La respuesta es sencilla: aquellas reformas llegaban demasiado tarde y su ejecución práctica resultó prácticamente imposible. El punto central del programa, la liberación de los mujiks, er en principio beneficiosa, pero, de hecho engendraba miseria: las parcelas de terreno atribuidas a los campesinos libres eran en general más pequeñas que antes; se vieron obligados a arrendar tierras de sus antiguos amos; lego no pudieron afrontar los préstamos y obligaciones; muchos terminaron perdiendo sus tierras, y se vieron obligados a migrar a las ciudades para emplearse en las industrias. La agricultura rusa decayó, en lugar de convertirse, como el zar Alejandro esperaba, "la espina dorsal de la economía rusa".
Oposición y atentados
Grabado de la época que muestra el atentado contra el zar Alejandro II de 1866 |
El malestar aumentó entre los mujiks, sin gesto alguno que pudiese considerarse una revolución social, pero estalló una rebeldía clandestina en otras clases sociales; en especial entre los estudiantes universitarios de San Petesburgo y Moscú, que se reunían en sus habitaciones para mantener interminables discusiones filosóficas, muy influenciados por las vanguardias ideológicas de Europa occidental.
Algunos de ellos tomaron el nombre de "nihilistas", adoptado de la célebre novela de Turgueniev "Padres e Hijos", aparecida en 1962; rechazaban todas las opiniones recibidas con anterioridad en los aspectos religioso, económico y social, y negaban los valores reconocidos. Otros, los "anarquistas", se proponían abolir los poderes del Estado para vivir "la libre iniciativa de los hombres libres, en grupos libres". Por último, los "narodki" ("hombres del pueblo"), que sostenían luchar contra el orden establecido, recorriendo Rusia como "apóstoles de la libertad", y empleando también la dinamita y la pólvora. Los narodki dirigían guerrillas sangrientas contra la aristocracia y el aparato burocrático del zar.
La primera tentativa de asesinato contra Alejandro tuvo lugar en 1866; el sucesivo el zar vivió bajo la amenaza constante de las bombas. El 13 de marzo de 1881, Alejandro regresaba de una revista militar, cuando una bomba hizo explosión ante el coche; el zar descendió en el acto para socorrer a un cosaco herido de su escolta; en aquel preciso instante el terrorista lanzó una segunda bomba; el emperador se desplomó con ambas piernas destrozadas, falleciendo poco después.
Alejandro III 81845-1894), retrato de Iván Kramskói. |
Su hijo y sucesor, Alejandro III, fue el más despótico de los autócratas rusos; inauguró su reinado proclamando su gobierno personal, porque su deber era obedecer la voz de Dios. Hombre rígido, orgulloso y sin talento alguno, odiaba profundamente el liberalismo de su padre. Fue un soberano paranoico que se encerró en el castillo de Gatchina, cerca de San Petesburgo, por temor a las bombas. Su principal consejero, Pobiedonosev, sombrío procurador del Santo Sínodo, consideraba el sistema parlamentario como "la gran mentira del siglo".
La represión y Tolstoi
León Tolstoi (1828-1910) y Máximo Gorki en Yásnaya Polyana (1900). |
A poco de la entronización de Alejandro III, Pobiedonosev abrió una carta dirigida al zar que solicitaba el indulto para los que habían atentado contra Alejandro II. La carta estaba firmada por el conde Tolstoi, el mayor escritor ruso de aquella época. El autor de "La guerra y la paz" y "Ana Karenina" no se dedicaba a la política y hasta entonces se había mantenido al margen de cualquier conflicto de esta índole. Tolstoi era el profeta de Yasnaia Poliana (su finca en los alrededores de Moscú); un venerable patriarca que oponía el espíritu del evangelio y el sermón de la montaña tanto a reaccionarios como a revolucionarios.
Pobiedonosev, que se creía llamado a proteger las instituciones más sagradas de la Santa Rusia, el trono imperial y la Iglesia Ortodoxa, le respondió a Tolstoi rechazando su pedido tajantemente. El consejero del zar restableció una censura despiadada, sometiendo a las universidades a una inspección severísima, y le dio carta libre a la policía para extirpar todo cuanto no fuera "ruso". En las provincias de población no rusa, como Finlandia, Lituania, Letonia y Estonia, emprendió una brutal campaña de rusificación bajo la consigna de "¡Una sola lengua y una sola fe!". Entre otras violencias, desencadenó persecuciones masivas contra los judíos.
Los adversarios del gobierno que eran descubiertos iban a parar a los campos de concentración en Siberia; otros trataban de cruzar la fuertemente resguardada frontera occidental para seguir el destino del exilio. Miles de revolucionarios rusos se hallaban en el extranjero, en todas partes, en Ginebra, Lausana, Munich, Brucelas o Lodres; elaborando planes de acción, enviando su propaganda y preparándose para que llegase su hora. La historia de los movimientos antizaristas ha proporcionado cientos de héroes y mártires: cuando alguno de ellos desaparecía camino del infierno siberiano, otro ocupaba su lugar.
Dostovieski y Bakunin
Fedor Dostovieski (1821-1881). Retrato por Vasily Perov, 1872 |
El más célebre de estos personajes fue Fedor Mijailovich Dostovieski, el inmortal autor de "Crimen y castigo", "El idiota" y "Los hermanos Karamázov". El escritor se apasionaba discutiendo la política rusa con los jóvenes revolucionarios y predicando dos ideas esenciales: la liberación de los siervos y la abolición de la censura. Detenido una noche de 1949, permaneció largo tiempo en la prisión de Pedro y Pablo, fue semetido a interminables interrogatorios e incluso se halló al pie del patíbulo cuando su pena fue conmutada a último momento por la deportación. Cuatro años de prisión en Siberia, en Omsk, con el infame traje de presidario y el círculo amarillo en la espalda; y, al salir de aquella "casa de los muertos", el prolongado servicio militar como soldado raso.
Por fin Dostovieski pudo volver a Rusia y escribir, en menos de 20 años obras maestras que revolucionaron la literatura universal, pero no se reincorporó al movimiento revolucionario nunca más. Al salir de la prisión, radiante de humildad cristiana, aceptó inexplicables designios de Dios, que había implantado en la tierra de la Santa Rusia el absolutismo zarista para la salvación de sus súbditos y el mundo entero. Su interés pasó por los "seres al margen" de la vida: los extraviados, los malhechores, los oprimidos, los anormales. Le disgustaban los ataques de Turgueniev contra la aristocracia, acusaba a su colega de exagerada admiración por occidente, y detestaba a Bakunin.
Mijail Bakunin (1814-1876), fotografía tomada por Tournachon |
El aristócrata intelectual y ex oficial Bakunin padeció el destierro en Siberia casi al mismo tiempo que Dostovieski, por participar en los movimientos revolucionarios de 1848 y 1849 en Francia y Alemania; la policía alemana lo entregó a la administración rusa, que consideró recluirlo donde no pudiera ejercitar su talento, pero Bakunin logró evadirse al cabo de diez años en el infierno siberiano; y, pasando por Japón y Estados Unidos, regresó a Europa, donde llegó a ser el líder el movimiento anarquista internacional, y serio rival de Karl Marx en el liderazgo de la Primera Asociación Internacional del Trabajo.
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