sábado, 17 de agosto de 2013

Semana 34

¿Del Ladriprogresismo al Ladricorporativismo?

A La Angry Jefa ahora no le importa lo que vota el “pueblo”. Hace, como mucho, un año desafiaba a todo opositor –político, periodístico, sectorial o empresario– a que armen una lista y le ganen una elección. Ahora quiere comportarse como si hubiera partido único. Después de una década en que todos festejaron los éxitos de una gestión que siempre se adjudicó todas las decisiones y, por lo tanto, sobre esa mesa chica ahora pesa toda la carga del fracaso. Esto sumado al faccionalismo dialéctico del Ladriprogresismo que convirtieron su “modelo” en la –única– causa nacional. El anuncio de Tecnópolis es sólo una vuelta de tuerca sobre el populismo plebiscitario bonapartista: el paso del Ladriprogresismo al Ladricorporativismo. Bueno, negociar con los grandes cárteles y corporaciones a espaldas de la República es el modus operandi de este Gobierno desde 2003, pero lo de Tecnópolis fue blanquearlo en la cara de los aplaudidores que festejan cada decisión sin detenerse a pensar en lo que están aclamando. 


Pensábamos hablar de los resultados de las PASO. Del nuevo mascarón de proa de la Cadena Ilegal Nacional del Desánimo, el Mini Goberna de Tigre, el nuevo campeón del peronismo –veremos si es una figura fugaz como el recordado Alika Alikate o va en serio por todo–. Un personaje que salió de adentro mismo del Ladriprogresismo –hasta no hace mucho era una de sus “niñas mimadas” y ahora algunos parecen darse cuenta de que viene de la UCEDE del inefable Don Álvaro, igual que el Amado Vice y otros tantos que están “adentro”, por ahora; y que en seis años de intendente no ha logrado acabar con la pobreza o desigualdad en su distrito–. También pensábamos hablar de cómo los medios cuando les conviene gana alguien: los “medios militantes” –del o mantenidos por el Gobienro– transformaron la elección distrital en nacional para –por suma de votos totales– decir que el Ladriprogresismo sigue siendo la “primera fuerza nacional”, y los “medios corporativos” –contrarios y/o no pagados por el Gobierno– resaltaron los resultados adversos para el oficialismo en los distritos clave. Como en el Artificio de Ciudad Autónoma los “medios corporativos” trataron de decir que el macriputismo ganó si contamos lista por lista, y como los “medios militantes” resaltaron que UNEN ganó si se une se interna –uno de los contados espacios políticos que utilizaron la primaria como tal, vale resaltar–. 

Si en algo tuvo razón La Angry Jefa, es cuando "tuiteó" que le salió un Cabezón de Lomas de Zamora, más doloroso que un grano ahí donde molesta tanto. Y es que el Mini Goberna de Tigre hizo la Gran Cebzón del 97 cuando empezó a abrirse del Riojanismo y puso a su jermu en la lista. El Cabezón lomense tuvo dos grandes problemas que no pudo resolver: que su imagen pública era demasiado irremontable para hacerlo siquiera presentable, y que otra facción del peronismo se unió a los radicales para prometer eso que él no podía: continuidad del modelo económico –la hoy palabra maldita, la convertibilidad– pero con más honestidad –algo que el Cabezón de Lomas no podía prometerle a nadie–. Recién después de que saltó el Cabezón, otros gobernadores y mini gobernadores empezaron a sacar los pies del plato –lo mismo que pasa ahora–. Tal es así que la única diferencia es que a fines de los 90 era el Goberna Boanerense  –hoy en manos del Gobernador Todo Positivo Siempre Para Adelante y su estrategia Zen– y hoy en un Mini Gobernador del Conurbano el que de la mano de la liga de Mini Gobernadores de los primeros tres cordones, empieza a dirimir la interna peronista desde el distrito que, tras la reforma constitucional del 94, define por su peso demográfico las elecciones nacionales casi sin discusión.  

Pero luego del discurso de última hora del domingo, con una Angry Jefa que quería disimular –aunque mal– su angustia con una artificial impostura de triunfalismo mezclada con una inusual mesura –y un muy notorio maquillaje, el discurso de Tecnópolis volvió a mostrar el exceso verborrágico y tribunero con frases hechas –y muchas veces obvias–; sumado, en esta oportunidad, a la intención de ningunear a toda la oposición política a la que de ahora en más considera mera vocera extraoficial de los cárteles y corporaciones –de los factores de poder, de los, en definitiva, “dueños” del país– reservándose, en sus propias palabras, en su persona –y, por decantación, en el espacio que ella dirige– toda la representación del “pueblo” argentino. No voy a decir qué tipo de gobiernos en la historia han apuntado al unicato del líder y al corporativismo como programa de gobierno porque me van a decir que leímos el famoso editorial del Diario de la Oligarquía con Olor a Bosta –la tribuna de opinión del inefable Bartolo–. 

Pero es un hecho que durante casi toda la historia política argentina, las clases populares fueron interlocutores ineludibles del orden republicano, y que fue el peronismo el movimiento que, sin lugar a dudas, mejor interpretó esta debilidad de las elites dominantes que incapaces de mantener circunscriptas al interior de su propio mundo hicieron que los conflictos políticos se transformaran también en sociales. Ya el yrigoyenismo había tratado de hacer equivalentes Estado, “pueblo” y la “causa radical”, para transformar al Gobierno en un “árbitro” de la lucha de clases, con una visión instrumentalista de las instituciones. Pero fue el peronismo el que consiguió –y lo sigue haciendo hasta hoy en día– el que se convierta en un partido de Estado, hasta el punto –en sus momentos de mayor apogeo– en convertir al Estado y el partido en un mismo instrumento de gobierno del líder bonapartista.

El Gobierno surgido del cataclismo de 2001-2002 no representaba a ninguna clase, grupo de clase o imperialismo –de ahí su slogan de campaña: “Un país en serio”–, pero extraía su fuerza de los conflictos entre las clases, los grupo de clase y los imperialismos. Su apoyo directo lo hallaba en una endeble alianza entre la Liga Cabezonista de Mini Gobernas del Conurbano Boanerense y los Gobernadores-Señores Feudales del Interior, y una parte de la burocracia y el funcionariado de los estados Nacional y provinciales –que dependían de que es Estado no terminara de explotar porque se les iba, literalmente, la vida en ello–. La increíble corrupción de los partidos tradicionales y la indiferencia y el hartazgo de las masas ante la política; obligaron al nuevo gobierno a “transversalizarse” ideológicamente. El contexto de la crisis de 200-2002 nutrió sentimientos virulentos de indignación. El “desengaño neoliberal” fue, como ya había sucedido en otras ocasiones, entusiasmante, ocasión para desresponzabilizarse, y, para la opinión general, la de reafirmar las premisas que habían hecho posibles el supuesto engaño. Al develarse “la trampa del libre mercado”, se arrojaba una luz benéfica sobre un pasado en el que el “estado benefactor” había demostrado poder hacer, sin tanto esfuerzo, más o menos feliz a todo el mundo. 

Así, cosa curiosa, a medida que el peronismo se debilitaba como opción electoral y como una subcultura e identidad con fronteras definidas, se tornaba más fácil para actores que recientemente se habían “peronizado”, como era el caso de empleados de servicios de diversa condición, e incluso para capas medias que se habían mantenido sistemáticamente fieles desde 1983 a opciones electorales que lo combatían, como muchos profesionales liberales, echar mano a elementos de su tradición para ir al rescate de un mundo imaginario perdido, que lo había tenido por protagonista. Una nueva generación de pasiones revisionistas, en muchos aspectos equivalente a la de fines de los años sesenta (se nutría de las fábulas de la “resistencia antimenemista” tal como lo habían hecho con las de la “Resistencia” con mayúscula), se estaba así preparando para que alguien la convirtiera en mercado popular y base de apoyo político. 

A la caza de ese neorevisionismo fue la enunciada “transversalidad” y el populismo se convirtió en el “progresismo” que se nutría del este mundo imaginario perdido que los “éxitos” económicos de un “modelo” –que nunca existió– parecieron estar haciéndolo posible, luego de casi tres décadas de la aplanadora material y teórica que había significado el neoliberalismo.  De esta manera se erigió una simbología –que no pasó de ser una marea escenografía de cartulina y papel maché– sobre la que se asentó el discurso progresista, al que adhirieron muchos de los desengañados del neoliberalismo en busca de una nueva fe, y algunos que en sus años mozos habían simpatizado por la izquierda, pero que tras la larga travesía del invierno neoliberal, creían ver llegar la primavera para el zurdaje –incluso hubo algunos que tenían el sueño setentoso de volver a hacer “entrismo” ante un Gobierno que, ellos mismos reconocían, tenía “muchas cosas malas” que se podían corregir; y, que por cálculo y estrategia o por falta de un buen andamiaje ideológico, todavía no podían, no querían y/o no sabían corregir–. Y, obviamente, estaban los que por moda se volvieron “progres”, al igual que en los noventas eran admiradores de los yuppies.

El hecho fue, que mientras toda esta esta parafernalia simbólica se desplegaba, reuniendo gente, en la mayoría de las veces con excelentes intenciones; en el ámbito de la realpolitik el Lagriprogresismo siguió negociando, tranzando, enfrentando y tratando con las corporaciones, las facciones de la elite dominantes y los imperialismos que atenazan al país –con mayor independencia relativa de los factores de poder a comparación con los anteriores gobiernos– a espaldas del orden republicano –salvo cuando por alguna razón decidieran exteriorizar el enfrentamiento ante algún poder corporativo con el que se enemistasen; el ejemplo más claro es la Cadena Ilegal Nacional del Desánimo, a la que congraciaron con decretos firmados entre gallos y medianoche cuando estaban de la mano, y destruyendo a través de una ley y de una campaña propagandística ponzoñosa y sin cuartel cuando se convirtió en enemigo irreconciliable–. Esto le permitió al gobierno que desempolvó el discurso antioligárquico y antiimperialista de hace cuarenta años atrás, al tiempo entrega las riquezas a las corporaciones extractivas mundiales con miles de ventajas garantizándoles condiciones de acumulación extraordinarias; mantiene privatizados servicios públicos igual de deficientes que los que estatiza cada tanto; paga la deuda externa en cash puntualmente al tiempo que hambrea a los jubilados porque utiliza los recursos para llenar de papeles la caja del Anses y desfinancia el Banco Central, ect.

El discurso de Tecnópolis fulminó esa escenografía de cartulina y papel maché, el que la siga viendo de ahora en más es víctima del peor de los engaños, el autoengaño. Como pasó en los 90, muchos recién sufrieron en desengaño cuando explotó todo, y eso explica por qué la onda decepción cuando que se atisba el fracaso; que si bien, en un primer momento, recrudece el descreimiento  y el escepticismo que preparan el caldo de cultivo para, luego, abrazar el primer mesianismo que ofrezca un “nuevo” relato de salvación y redención nacional y sumarse al clima de euforia ciega del inicio del nuevo ciclo, aunque, en el fondo, todo siga igual ni que sean los mismos de siempre los que lo dirijan, lo importante es que es “nuevo”. El hecho es que el discurso de Tecnópolis es todo menos progresista. No es que no crea que, en el fondo, el país pertenezca a un centenar de “dueños”, sino, justamente, es porque tengo la convicción de que eso está mal; de que allí está la raíz del atraso, de la dependencia, de la desigualdad, de la corrupción  y de la injusticia.



© carlitosber.blogspot.com.ar, agosto 17 MMXIII
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