sábado, 15 de septiembre de 2012

Semana 37

De los Pueblos Potiomkin a la Ville Panique

Según una leyenda moderna, en 1787 antes de una visita de su soberana, la zarina Catalina II de Rusia, la Grande, Grigori Potiomkin, el favorito, hizo edificar bastidores/fachadas pintadas a lo largo de la ruta de la zarina, para presentar pueblos idílicos en la recién conquistada Crimea, encubriendo la verdadera situación catastrófica de la región. Potiomkin mostraba desde lo alto de una colina a la zarina una aldea de nueva construcción en la que supuestamente vivía gente. El pueblo visto desde cierta distancia tenía un aspecto idílico e impecable. La realidad era que el supuesto pueblo no era más que una escenografía –como las que se emplean en la filmación de muchas películas – , nada se había hecho para las gentes del pueblo, que además vivían en la más completa miseria. Así pues, durante la visita de Catalina la Grande, visitaron varios de estos pueblos de ficción y que además siempre era el mismo, pues al terminar la visita el pueblo ficticio era desmontado y se volvía a montar en otro emplazamiento distinto que sería visitado después. La zarina regresó engañada y convencida de que se estaban haciendo políticas correctas para llevar bienestar a su pueblo.


Como Potiomkin, el Ladriprogresismo debe ser admirado por su audacia para armar escenarios a su medida, que es extraordinariamente desaforada. Sostiene, a veces de manera desopilante, la permanencia eterna del “modelo de inclusión social” –que en realidad es una maquinaria recaudatoria que le permite al Estado convertido en herramienta de poder, independizarse del partido y los factores de poder local, a cambio de mejorar la situación material de las clases más populares sin sacarlas de la pobreza–, inviable a largo plazo, que fue implantado por Él, y que a Ella no le ha quedado más alternativa que liquidar, o al menos ajustar, atenuado cosméticamente con el seudónimo “sintonía fina”. En el colmo de la desfachatez, el “modelo” es culturalmente presentado como una “transformación revolucionaria”, justificada con ilusorios indicadores  con absoluto desparpajo, hasta creerlos, por repetición, reales. Y que sirven para convencer, a los miembros de la escuadra de aplaudidores, que con la cosmética de los “derechos humanos”, algún que otro científico repatriado, los derechos civiles, la militancia juvenil y el folklore populachero todas banderas del frepasismo tardío que patrocinan, combaten la desigualdad, sin tocar la matriz económica primario-exportadora, la extranjerización creciente de los sectores más estratégicos, y la entrega del monopolio de los medios a las transnacionales de las telecomunicaciones.

Desde el Ágora de la cadena nacional, La Jefa impone la monotonía de una agenda de distracción. Le bastó, para desorientar, con la bagatela de insinuar que hay que “tenerle un poco de miedo” –sólo un chimpancé con retardo mental podría comerse eso de que la frase estaba orientada solamente a su coro de aplaudidores, si así fuera no lo diría por cadena nacional; vamos, seamos sensatos–, para que los ineptos exponentes de la oposición en sintonía casi patética con los principales comentaristas televisivos de la corporación mediática del mal salieran horrorizados. La “opo” se destaca como un conjunto de seres bienintencionados, pero muy tiernos –ideales para jugar al truco–. Mientras tanto, el Ladriprogresismo con un elenco ejecutivo incapaz de salir de la chicana de bar y de mentir bien en sus declaraciones juradas, con los comunicadores de la corporación mediática del bien que instalan que “es muy inteligente”, con el coro de aplaudidores estables, que ahora no sólo aplauden lo que sea sino que piden para Ella la “re-relección”, y con la Fuerza Nacional de Incondicionales conducidos por La (Agencia de Colocaciones) Cámpora, La Jefa se las ingenia, a pesar de todo, para acaparar la iniciativa. Para mantener, sin meritorios esfuerzos, la centralidad. Y para ejercer, en fin, el poder –en fin, el poder no se detenta muchachos, se ejerce; cuál es la sorpresa, es el ABC de la política– (Semana 36 09.09.2012).

Pero en el país de los Elefantes (Elefantes 22.05.2012) a veces, sólo a veces, pasan cosas. Una porción importante de las clases media y media baja reaccionaron inorgánicamente hartas, no tanto de un Gobierno que les hizo pagar el mayor peso del ajuste –quizás pagando caro el precio de no haber votado la relección de La Jefa el año pasado– sino de una oposición incapaz de representarlas políticamente y de dar una alternativa viable. Claro que esta masa variopinta y amorfa le es funcional al Gobierno. No tienen representación política porque no los une el amor sino el espanto –muchos de los caceroleros, votaron a Cristina en octubre, y quién sabe lo vuelvan a hacer; sólo si la Economía sale del estancamiento en el que está–. No tienen un reclamo económico o social coherente que los unifique. Pero quizás su mayor debilidad está en el campo ideológico. Desde un progresismo clasemedista similar al del frepasismo tardío –porque muchos de los que están con el gobierno y jamás van a cacerolear en su contra también son de las clases media y media baja– hasta algunos resabios del más rancio conservadurismo elitista que caracterizó a una parte importante de la clase media vernácula, que se apropió, por afán de mear más arriba de lo que es da el pito, no sólo de la moda y las costumbres, sino también de la ideología de la clase alta –que más allá de algún descolgado pintoresco, el jueves pasado, ni nunca, se manifestó; sin ofender, hay que ser bastante limitado para creer que la elite va a hacer tremenda batucada cuando no sólo tiene acceso directo a las oficinas donde se define el poder, sino los mecanismos para hacerse oír más sutilmente–. 

Pero, como dijimos en un post anterior (Opinión 15.09.2012), lo interesante pasa por el vacío ideológico de las actuales identidades políticas –que más que políticas, deberían considerárselas pseudo-políticas– basadas en el miedo –a perder privilegios o los logros; a que los “otros”, el enemigo, destruya lo hecho  por el “nosotros”; por el regreso a un pasado–. El ensayista francés Paul Virilio en su libro “Ville Panique” (Ciudad Pánico)  asegura que enfrentamos hoy la amenaza, ya no de una “democracia de opinión” que reemplazaría a la “democracia representativa” de los partidos políticos, sino de la desmesura de una verdadera “democracia de emoción”: “una emoción colectiva a la vez sincronizada y globalizada cuyo modelo podría ser el del tele-evangelismo pospolítico”. Después de los estragos conocidos de la democracia de opinión y los delirios de la política-espectáculo, de la cual la elección de Arnold Schwarzenegger como gobernador de California es uno de los últimos avatares, imaginamos fácilmente los delirios de esta "democracia de la emoción pública" que amenaza con disolver, como el ácido, a la opinión pública, en beneficio de una emoción colectivista instantánea de la que abusan tanto los predicadores populistas como los comentadores deportivos o los animadores de la rave-party. Esta era de la sincronización de la emoción colectiva favorece, con la revolución informacional, ya no el viejo colectivismo burocrático de los regímenes totalitarios, sino lo que se podría denominar, paradójicamente, un individualismo de masa, pues somos todos, uno por uno, los que sufrimos en el mismo instante el condicionamiento massmediático. 

Para Virilio esta democracia de emoción” se manifiesta, ante todo, por el dominio del miedo y el pánico a la inseguridad –que remplazaría el sentimiento de “deber” de la sociedad civil que interpelaba a los sujetos como ciudadanos–. Este pánico anula el lugar de la reflexión y los medios se hacen cargo, no ya de la demanda de reflexión colectiva, sino de una demanda de emoción colectiva. Adicto a los juegos de palabras plasmados en fórmulas, Virilio dice que estamos pasando de la "estandarización de la opinión pública" a la "sincronización de las emociones" y que la crítica clásica a los mass media como sustitutos de la política deliberativa, que él mismo supo también esgrimir, está perimida porque es "la reflexión en común" la que dejó de ser una aspiración. La discusión, la secuencialidad de los debates que imita a la del pensamiento, da paso al ritmo, al sincopado, del corazón y de sus sobresaltos de adrenalina.

Esto refleja no sólo el nulo debate ideológico, sino además un comportamiento político guiado por sentimientos, miedos, fobias, cambios de 180°, euforias, enamoramientos, profundísimas decepciones, rencor, faccionalismo, agresividad y contradicción, más que por la razón y el análisis.

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