viernes, 28 de septiembre de 2012

Opinión

Las señales de la economía: ¿signos de optimismo o señales de alerta?

La situación fue extremadamente preocupante durante los dos primeros trimestres de 2012. Aun no hay datos oficiales sobre el tercero, pero hay una sensación generalizada de que se detuvo el ritmo de caída de la primera mitad del año. El que ve el vaso medio vacío diría: “de estar bajando de a cinco escalones por paso, ahora bajás de a uno, no es que estás mejorando pero, por lo menos, no te vas a matar de un porrazo”. 


Siempre hay expectativas de revertir la situación (sobran los signos positivos: el aumento del precio internacional de la soja, las inundaciones de este no fueron tan destructivas como la sequía del año pasado para ese cultivo, las economías de China y Brasil parecen recuperarse, la política de “vivir con lo nuestro” ha significado un menor endeudamiento internacional), diría alguien que ve el vaso medio lleno.

El tema es, en el sistema capitalista en el que estamos insertos, qué señales estás dando. Para que se genere crecimiento tiene que haber mucha gente convencida de que esto va a estar mejor en el futuro y actúe en consecuencia, si vos no creés que va a funcionar, te guardás la platita en un costadito. Claro que eso sólo lo hacen algunas personas especiales: gente que tiene capacidad de ahorro y, aun más, de hacer inversiones.  

Pero además tenemos un fenómeno muy masivo en la Argentina del cual no se habla tanto, que es el tema del nivel de empleo. El nivel de empleo en la Argentina empezó a caer. Desde 2007 casi toda la creación de empleo en la Argentina ha sido empleo público, y particularmente en los últimos seis meses se ha detenido la ceración de puestos de trabajo en reparticiones públicas. Esto se desprende de las cifras de la AFIP y el ANSES sobre los aportes patronales y de seguridad social que hacen empleadores y trabajadores. Si hubiera más gente que está siendo empleada, eso significaría algo peor aún; que los nuevos trabajadores solo acceden a trabajo no registrado. 

La idea es siempre que haya la mayor cantidad de gente posible con un trabajo bien renumerado. Eso es un pilar del modelo económico en cualquier lugar del mundo. Lo discuten ahora mismo en la campaña presidencial de Estados Unidos, en España, en Alemania y en Grecia. El pleno empleo, desde La Gran Depresión, es el tema de clase de toda facultad de economía. 

El asunto es cómo se logra ese pleno empleo. A costo de qué se lo logra. El rol del Estado es omnipresente en todas partes del mundo, el asunto es si sólo debe establecer reglas de juego y hacerlas cumplir o si, además, debe parchar allí donde el mercado produce desequilibrios que ponen en riesgo el objetivo del pleno empleo. El problema que acá el Estado es el que da el empleo, el que brinda el servicio. 

No se puede pedir que el Estado sea un simple árbitro que diga “muchachos, ustedes jueguen que yo miro que no se maten”, pero tampoco puede jugar en los dos equipos, ser el árbitro y el que maneja el reglamento según su conveniencia (o el poder de lobby de los jugadores más poderosos). El problema es que en nuestro país el Gobierno decide muy arbitrariamente quiénes son ganadores y quiénes son perdedores, sin seguir siquiera un comportamiento racional.

No cabe ninguna duda de que hay mayor ocupación que hace diez años. Pero es importante tener en cuenta el tipo y calidad de ese trabajo. Por ejemplo, exagerando, si una provincia diera pleno empleo en el Estado resolvería el desempleo, pero con qué plata les paga a sus trabajadores, de los impuestos, que pagan sus empleados, pero que no gastan el 100% de su salario en impuestos, entonces el sistema pierde dinero.

Por eso es importante el tema de la calidad del empleo. Qué utilidad tiene. Qué productividad. Sino es como poner un policía en cada esquina sin arma, chaleco antibalas y adiestramiento: sí, saturaste la ciudad de policías, pero no resolviste el problema de la inseguridad. Empleo de calidad no significa tan sólo que el empleador tenga los papeles en regla, sino que ese trabajo produzca un bien demandable y genere un salario que transforme al trabajador en un consumidor. 

Obviamente, cuando se está generando un proceso de crecimiento necesitás más maestras, más policías, más médicos, más burócratas; pero ese es un universo limitado. Más cuando hay mucho empleo público que es prebenda política. 

El tema es que hay mucho funcionario y comunicador oficial que cita impunemente al pobre Keynes. Si Keynes resucitara se moriría al instante. Por ejemplo, Keynes decía “si no hay quien demande, demande Ud.”, pero en ningún momento decía que “aumente los impuestos para demandar más”. Lo que Keynes decía “Ud. que es gobierno endéudese y genere demanda, genere trabajo ahora”, pero nunca parte dice “cobre impuestos a los que están produciendo para trabajos”. La teoría económica de Keynes se basa en la utilización de recursos futuros. El otro punto fundamental de la teoría keynesiana es el equilibrio del mercado monetario, que tampoco lo tenemos, otro punto importantísimo es el que él llamaba “trampa de la liquidez”. O sea no sólo el gobierno lo fiscaliza como puede, sino que lo fotocopia y sale a repartirlo por las esquinas.

Si la presidenta realmente niega la inflación como hizo antes de ayer en EEUU, dijo algo realmente chistoso, porque depende de que productos midas, hasta podría ser de más del 25% la inflación. No estallamos, todavía, porque Argentina no tiene restricción monetaria. Aparte, si no hubiera una inflación tan alta porque aumenta la recaudación fiscal sino es a través del impuesto inflacionario. Por qué aumentan los salarios como aumentan.

Antes de ayer otro de los citadores impunes de Keynes dijo que la inflación perjudica más a los financieros que a los industriales que ven aumentado su producto. Lo que se olvida el economista místico de los ojos azules y las camisas sin corbata es que la inflación le come el ingreso al pobre que no tiene capacidad de ahorro, que de un mes a otro comprar las mismas cosas le sale más y si no tiene más dinero, debe comprar menos. Pero además ese razonamiento es limitado. Cómo hace esa persona el día de mañana, si se agranda su familia, para comprar una casa más grande. Si alquila, cómo hace para comprar y dejar de alquilar. Cómo ahorra, en qué ahorra. Cuando hay inflación no hay capacidad de ahorro. O vas a suponer que esa gente va a ser para siempre esclava por parte de que el Estado le provea subsidios directos o indirectos. O sea, el pobre es pobre porque no tiene capacidad de ahorro; o sea un trabajo de calidad es un trabajo formal, que sirva para algo en un sistema productivo y que le de capacidad de ahorro al trabajador. Sino estamos generando mejores condiciones para que los pobre sobrevivan, sin que los estemos sacando de la pobreza.

Ningún gobierno del mundo hace todo absolutamente negativo porque si no, no sería sustentable a través del tiempo. El Gobierno ha logrado por ejemplo cosas tan positivas como mentalizar a la mayoría en la necesidad de una industrialización para sacar al país de la dependencia. Han enfatizado en que esto se debía hacer a costos de otros sectores (reflotando el tradicional discurso antioligárquico, para que ese sector sea el del campo). Y han enfatizado en el tema del trabajo (por ahí descuidando el tema de la productividad). Pero lo más positivo es la política de ayuda para los que habían quedado socialmente excluidos durante los 90 (el problema es que no se supera la etapa del asistencialismo y el estado subsidiario, generando una política clientelar y grandes desequilibrios entre ingresos y costos).

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