La economía muestra una situación donde se combina el fracaso de los objetivos de 2011 de acabar algunos conflictos (los sold-outs de la deuda, el acuerdo con el Club de París, los litigios en el Ciadi); sumado a nuevas desgracias en el frente externo: la sequía del año pasado y la crisis económica mundial originada en Europa; no les dieron más alternativa que apretar el acelerador al máximo. Esta fuga hacia adelante no es que resuelve los problemas, sino que los patea hacia delante. Y pueden suceder dos cosas, que se vayan resolviendo con el tiempo esos problemas o que se acumulen hasta un punto de crisis irreversible.
En algún momento debe resolverse esa cuestión: el “vamos por todo” se devorará al peronismo que quedó dentro del gobierno o tropezará con él. Pueden darse dos resultados entonces: podemos estar en el camino de un régimen menos competitivo y pluralista que pueda establecer una hegemonía más o menos estable; o si el gobierno descarrila después de chocar con su interna se genere una crisis de gobernabilidad.
Yo creo que estamos bajo los prolegómenos de esta disyuntiva. El gobierno ha podido controlar la crisis económica evitando que la especulación cambiaria afecte seriamente el nivel de actividad como pretendían los que a fines del año pasado motivó a los que generaron una corrida cambiaria (que no la causó el ahorrista minorista que quiere salvar sus ahorros de la inflación ni la persona de buen pasar que quiere vacacionar en el exterior, claro está). Pero el cepo al mercado cambiario y el superávit comercial artificial genera costos políticos: obliga a las personas a ahorra en pesos perdiendo ante la inflación, o a consumir bienes durables que no precisaba, resignando compras o viajes en el exterior, no pudiendo ingresar insumos necesarios para fabricar determinados productos, lo que ha producido algunos parates en sectores de la industria y de los servicios. Va a ser crucial saber hasta dónde el peronismo decida seguir compartiendo con el gobierno los costos políticos de las medidas impopulares, o si va a haber una indisciplina creciente en esa estructura política. Si se da esa señal antes de las elecciones del año que viene y de que el gobierno logre salir de la mini recesión de este año, la crisis política será inevitable y hasta podrá convertirse en crisis económica.
El cacerolazo de la semana pasada demostró que la eficacia de dividir todo el arco político entre “revolucionarios” (del lado del gobierno) y fascistas (del lado de la oposición) empieza a trastabillar. Como lo que pasó hace dos meses cuando el gobierno intentó desestabilizar a Scioli, el gobernador bonaerense pudo salirse con la suya. Y él (Daniel, no lo confundan con Él) quiere negociar con el kirchnerismo, ser el reconciliador de la “gran familia peronista” y tender un puente con el sector no kirchnerista del electorado para relegitimar su pretensión de único sucesor viable. Hasta aquí su estrategia de conciliador le ha venido funcionando muy bien, pero el algún momento el gobernador va a tener que patear el tablero. Yo no creo que Cristina le vaya a ceder la sucesión. Pero la estrategia de Scioli es usar la fuerza de los golpes que le quieren dar en contra de los que le quieren pegar, jugar al mismo tiempo un juego ambiguo de colaborador-competidor del kirchnerismo. En donde, como lo demostró la rebelión de De la Sota, hay más de un jugador dispuesto a participar. Un juego, además, imprevisible, porque no hay reglas, porque todos los jugadores están dispuestos a aliarse y traicionarse.
Igualmente el escenario es suficientemente abierto como para que todavía sea razonable esa actitud especulativa. Los empresarios están haciendo lo mismo, los sindicalistas están haciendo lo mismo y buena parte de la opinión pública está haciendo lo mismo, diciendo “bueno, no nos gusta todo lo que está pasando, pero mientras dure y no haya estallido, que la presidenta arregle las cosas como pueda”. Y esa actitud prescindente en la Argentina es muy general, acá se piensa en un cambio cuando todo explota por los aires, cuando todo deja de funcionar. Lo que está muy lejos de suceder, a menos que el gobierno haga las cosas demasiado mal. La soja sigue aumentando; este año, a pesar de algunas inundaciones en algunos sectores de la provincia de Buenos Aires, será mucho mejor que la del año pasado; el fracaso en los objetivos del año pasado y la crisis financiera han hecho menos dependiente del capital externo al país (y el crecimiento ha bajado el peso de la deuda externa en la economía nacional, que si bien no baja, tampoco aumenta); China ha anunciado un crecimiento del 8% para este año y un regreso a tasas superiores al 9% el año próximo, igual que Brasil que pronostica un regreso al crecimiento. Habrá que ver hasta donde el gobierno puede domeñar a los especuladores financieros y los formadores de precios, porque el cepo cambiario y a las importaciones puede impedir salir de la recesión.
Igualmente, la crisis sucesoria está abierta. Y recién ha comenzado.
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