sábado, 29 de junio de 2013

Semana 26

La insoportable levedad del ser “opo”

A su pesar, de alguna manera, todos los políticos de la “opo” adhieren, por sus actos, al Ladriprogresismo. Son apenas una oposición orgánica al “modelo”. Por sostener exactamente la misma matriz productiva y representar exactamente los mismos grupos sociales, cuando no por incapacidad, no confrontan para superarlo,  lo complementan para fortalecerlo. Y mientras tanto el Ladriprogresismo se desmorona solo; sostenido por los ataques demenciales de su ex, la Cadena Ilegal Nacional del Desánimo, y por la “guerra santa” contra la Justicia que, a estas horas, son las únicas banderas que abroquelan a la criatura que Él creó, pero que Ella se encargó de implosionar cuando –una vez más– lo traicionó. No obstante, el Ladriprogresismo puede recuperarse otra vez, por la magistral ayuda que le brinda el espectáculo de la “opo” que le entregan casi en bandeja las Legislativas de octubre. Como si hoy existieran dos formas de ser Ladriprogresista: estar con La Jefa, o actuar como estos muchachos.


Y no faltan los pseudo intelectuales de izquierda que repiten como loritos apreciaciones tan ridículas como “no apoyo esto” pero no lo censuro absolutamente porque “lo otro es mucho peor". Intelectauloides berretas de organillo, repiten los argumentos de los intelectuales entongados orgánicos; con la salvedad de que reconocen, al menos, de que los Nac&Pop sostienen un modelo económico atrasado, dependiente y deformado; y una matriz económica injusta, primario-exportadora y financiero-especulativa. Pero que los Ladriprogresistas tienen algunas medidas “sociales” que sus “opos” anularían inmediatamente. Por no hay que “hacerle el juego a la derecha” ante la catarata de denuncias que la “epidemia de la transparencia” que el estancamiento –y principio de recesión– provoca en la opinión pública(da), ni ante los miles de millones al lavadero del fútbol profesional, en manos de Don Julio –el ferretero octogenario– y su mafia, ni ante la deformación de los planes sociales entregados a través de los punteros y de los “mini gobernadores” municipales del conurbano fuera una política del Estado de Bienestar; ni ante el vaciamiento de las reservas, los ahorros previsionales y cuanta caja puedan manotear, sumado a la mentira lisa y llana de la estadística económica y social para dibujar la desigualdad social. Estos “progres de cotillón” se comportan como ilusos “entristas” de los 70 que no aprendieron la amarga lección –que les dieron los milicos, es verdad, pero que empezó el propio Juan Domingo, cuando ya no les servían más–, cuando no como sujetos de los que podemos dudar de sus capacidades mentales, pero no, realmente, de su sentido del humor.

La “opo” y el Ladriprogresismo representan más allá de las diferencias de maquillaje –con las que se pueden presentar como opciones “diferentes”– a los mismos grupos sociales y económicos que sostienen –y de los que se nutren– y al capitalismo atrasado, dependiente y deforme del país; y, además, en muchos casos, son parte de esa élite. Los hay de familia; como el Niño Cincientón –que gobierna el Artificio de Ciudad Autónoma y lidera la oposición amarilla que se opone un poquito, pero no mucho: el macriputismo– o el Pastor Televisivo Alika-alikate –que hace cuatro años con sólo decir que tenía un plan le ganó a Él–. Los hay “nuevos”, como el matrimonio presidencia, que en 15 años incrementaron su patrimonio casi 4.600%. El hecho es que, para colmo, reproducen el mismo modelo de capitalista de la dependencia: son rentistas –invierten en bienes raíces o finanzas– o manejan concesiones y licitaciones “a medida” –cuando no contrataciones directas– de la obra o los servicios públicos. Se pelean en la pantalla de la tele, pero cuando no hay cámaras comparten negocios –y negociados–. Son socios de la decadencia, en cuya reproducción garantizan su propia continuidad en el poder. 

La “opo se divide en dos grandes corrientes: el peronchinismo posmoderno; donde están El Niño Cincuentón y su macriputismo; el Pastor Televisivo Alika-alikate; El Gallego cordobez y los peronistas que no son Nac&Pop –eso no quita que antes pudieron haberlo sido, o que en el futuro no lo serán, en alguno casos otra vez–; El Negro Hugote –líder camionero que sueña ser el Lula del Río de la Plata–; y El Cabezonismo –una tendencia ya casi extinguida como el Riojanismo–. Podemos agregarle dos fuerzas donde los cabecillas son parte de la tropa del Ladriprogresismo, pero que a veces “se abren” –porque quieren ser reconocidos como “la cría” oficial–: El Goberna Todo Positivo Siempre Para Adelante –que no sólo exaspera a contrarios, sino a su propia tropa ante la falta de decisión de un líder que sólo aguanta gracias a una cubierta de teflón mediático casi mítica, porque nadie puede explicársela–; y el “mini gobernador” de Tigre –que ahora quiere jugar en las grandes líneas–. 

Tienen en común con el Ladriprogresismo el discurso cesarista y bonapartista. Los hay más “progres” y más “reaccionarios”. Pero comparten una forma corporativa –y a veces cuasi mafiosa–de entender la política. Lo central son los “aparatos” y la territorialidad para conformar enormes máquinas electorales: no sólo traccionando votos y haciendo “trampitas” en cada elección; sino “ganando la calle”, con gente en los actos, con pintadas en las paredes, etc.

Empecemos de atrás para adelante: el “mini-gobernador” de Tigre, una “cara bonita” muy mediática –que empezó militando en la UCD de Don Álvaro, igual que el Amado Vice, sí el sujeto sonriente de la campera de cuero y la Harley–, reunió a varios colegas suyos –todos Ladriprogresistas conspicuos, ahora devenidos en “independientes”– para hacer un “doble juego”: de acuerdo a la “ecuación octubre” puede “volver a casa” y votar la reforma constitucional que habilite el “curso Caracas”, o puede ser el punto de partida por la sucesión del “Pato Rengo” si La Jefa no consigue zanjar el escollo constitucional. 

El Goberna Todo Positivo Siempre Para Adelante juega a ser “la cría”. Sabe que el Ladriprogresismo talibán –la facción más fanática de La Jefa que de él – no lo puede ni ver ni en fotos. Y no porque vaya a hacer algo distinto, sino porque son una manga de incapaces sustituibles si ocurriera un cambio de conducción –incluso que fuera por alguien del propio movimiento–. Pero le quiere ganar al tiempo –y a la paciencia de una líder que no lo quiere como sucesor, pero a la que le van quedando menos cartas–.

El Gallego Cordobez, El Hugote y los peronistas que no son Nac&Pop; es un patético club de divorciadas y despechadas del Ladriprogresismo que como se quedaron fuera de la repartija, sangran por la herida. Algunos tuvieron relaciones carnales antes de conflictivas separaciones, otros fueron despreciados asquerosamente aunque estaban con los pantalones debajo de entrado; están los que se fueron y después  volvieron al calor de la cama, pero están de vuelta en la vereda. Es que el Ladriprogresismo es un auténtico generador de divorcios y un despreciador serial.

Párrafo aparte merece el “tren fantasma”: Cabezonismo, Riojanismo y su residuo colateral: el Sanluisismo. Este último, creación de los Hermanos Macana, señores feudales del Estado Libre Asociado Puntano, no quisieron nunca firmar el vasallaje ante el par santacruceño que triunfó en 2003, y hacen, desde entonces, correrías por el Interior tratando de imitar al Riojano Más Famoso sin pena ni gloria, ya que sus primus inter parís se niegan a reconocerlos –y menos aún desde aquel “corte” de luz en Chapadmalal; el segundo “Coup d’Etat” del Cabezón de Banfield en 15 días–. Los otros señores feudales se acomodaron al calor del Gobierno Nacional, dispensador de obras sociales, plata fresca y apoyo institucional –fíjense sino, los progres de cotillón se enervan contra el arboricidio del Garcabus y cierran la boca ante la nueva Campaña del Desierto del siglo XXI en Formosa–.

Y hablando de arboricidas, nos queda El Niño Cincuentón y su criatura el macriputismo –mezcla de UCD, conservadurismo gorila y marketing publicitario– un chico caprichoso que le pidió a Papá Noel la banda presidencial en una republiqueta bananera como ésta donde es totalmente posible que un millonario pueda comprarse el Sillón de Rivadavia. Sólo le falta darse cuenta de que él es preonchonista, y de que los peronchos se den cuenta de que él es uno de ellos. Al que inevitablemente recurrirán si cuando –cambio del péndulo ideológico dominante– la politiquería argentina vire de nuevo “hacia la derecha” y ni el Mini Gobernador Cara Bonita de Tigre ni el Goberna Todo Positivo Siempre Para Adelante logren convertirse en la “cría” oficial del Ladriprogresismo, ni que, al calor de la inevitable crisis económico-social en que estallará si no encuentra una salida institucional –más temprano que tarde–, se cocine el liderazgo nacional de alguno de los señores feudales del Interior.     

Del otro lado está el liberalismo cipayo, cuya máxima expresión son los tan bien intencionados como incapaces radichetas; el soja-narco-socialismo santafesino; y la polifacética micro-izquierda argentina. Malos copiadores con papel carbónico de cuanta ideología extranjera, inspirados en un liberalismo republicano y democrático utópico en el que ni ellos creen, viven en una nube de pedos discursivos, hablando siempre de las grandes entelequias ideológicas y discusiones bizantinas. El problema es que representan a la clase media que se cree burguesía nacional, pero no es más que una burguesía dependiente y terriblemente reaccionaria; porque fue educada para ser cabeza de ratón –y, lo peor, se conforma con ello–. Incapaces de pensar en un desarrollo schupeteriano, tratan de vivir como “pequeños rentitas” o meros aprovechadores de las “burbujas” que generan los ciclos económicos.  Ávidos manoteadores de improvisaciones y curros, sólo piensan en la salvación personal. Inmorales capitalistas de vuelo rastrero, y tratan de mear siempre más arriba de lo que les da el pito: la “clase” es una cuestión de demostración de capacidad de consumo y de un pretendido “abolengo señorial” de familia de bien.

Los radichetas son el mejor reflejo de la mediocridad de esta clase. Un centenario partido modernizador en las formas políticas y absolutamente conservador en lo económico-social; lo refleja en su propia conformación con instituciones calcadas de la de los modernos partidos democráticos, pero donde las decisiones importantes se toman desde la cúpula a través de un sistema de caudillajes de distinta categoría –desde el caudillo de comité, al nacional, pasando por cada nivel intermedio: municipal, provincial, regional–. Obviamente esta contradicción produce un vacío ideológico y programático abismal, que deriva en eso de que para que haya una interna, sólo hacen falta dos radichetas. Con el peronchismo comparte esta cualidad de ser un partido de derecha y de izquierda al mismo tiempo, donde sus miembros varían de ideología de acuerdo con lo que marca la conducción y/o lo que se les cante, según su propia conveniencia.

Por eso tenemos reaccionarios conspicuos como el Lobo, progresistas sinceros como Little Richard y tipos indescifrables como el Enigmático Leopoldo –ahora asociado al economista de la 125 y los escándalos mediáticos–. No desaparecieron de la faz de la tierra por la territorialidad de sus intendentes y gobernadores, que utilizando las tácticas de administración de boliches y pulperías que los conservadores impusieron –y radichetas y peronchistas continuaron intactas, y hasta perfeccionaron–, sobreviven en sus feudos de diferente tamaño, obedeciendo o desobedeciendo a la conducción nacional según les convenga –y por lo tano aliándose con quién les dé más beneficios personales–. Y además, tenemos a los líderes carismáticos televisivos que se abrieron del centenario partido para incursionar solos: El Economista Bull Dog, El ex Vicepresidente No positivo; y La Gorda del Crucifijo. Esta última es la que más rating junta –aunque a veces se refleje en votos su audiencia– y la que mayores incoherencias e inconsistencias ha sabido reunir en una sola persona. Individualista, intolerante, caprichosa y agresiva; con una lengua filosa y agresiva, se convirtió en la paladín de la epidemia de la transparencia. Soportando el buling, linchamiento mediático  y, a partir de las últimas semanas, campañas “sucias” en su contra, La Gorda se adueñó del discurso antipolítica que quedó huérfano tras el fracaso de la Alianza y, sobre todo, desde que el Frepasismo se alineó –y se acomodó– en el Ladriprogresismo. La Gorda ha virado de izquierda a derecha y viceversa, hasta volverse casi una caricatura de sí misma. En sus excesos verborrágicos su propio personaje se la terminó morfando.

Junto a los radichetas, tenemos a los soja-narco socialistas santafesinos. Son una mezcla de estancieros, socialdemócratas de cajetilla –muy al estilo de los de la República del Waimar– que intentan representar a los obreros, pero sin los obreros. Partido igual de centenario que los radichetas, promotores de las grandes reformas obreras a fines del siglo XIX –que Juan Domingo concretó, plagiándoselas todas en los 50– y luego antiperonchistas acérrimos –mucho más que losradichetas– porque sintieron que el bonapartismo les había robado la clientela, que por incapacidad mental compró los “espejitos de colores”. Con este discurso reaccionario y falaz es más que obvio que estos muchachos desde entonces pasaron a tener una existencia sombría durante 50 años. Divididos entre reaccionarios, peronchistas y marxistas; casi desaparecen; hasta que en los 90 en Santa Fe volvieron a sus raíces socialdemócratas y pudieron ganar una gobernación clave en una provincia donde el peronchismo se confió hasta el punto de presentarse dividido en las elecciones provinciales para dirimir allí sus internas, y no a los tiros. Los socialistas santafesinos demostraron ser buenos y, sobre todo, honestos administradores: siempre y cuando no tocaran a los grandes poderes de la provincia –sus dos grandes industrias sin chimeneas–: los productores agro-exportadores y el crimen organizado.     

Tenemos por último al heterogéneo y caricaturesco grupo que reúne a la micro-izquierda nacional. En realidad deberíamos hablar de micro-izquierdas. Grupos minúsculos, ruidosos y a veces vistosos, pero incapaces de juntar votos. Quizás el más conocido sea uno que no pertenece a la izquierda marxista propiamente dicha: el Cineasta devenido en Político, último resabio del peronchismo de izquierda de los 70, el último romántico de esta “izquierda nacional” que leía Galeano y JA Ramos. Al contario del segundo de esos escritores, que se hizo funcionario del Turco en los 90, el Cineasta fue uno de los primeros que se levantó contra el Riojano Más Famoso –cuando El Cabezón de Banfield era el vice; Él y Ella, y todos los señores feudales del Interior eran riojanistas, al igual que casi todos los diputados, senadores, funcionarios de toda calaña que hoy son Ladriproresistas o preronchos que no son Nac&Pop–. Armó con el Chacho Peñalosa noventoso el Frente Grande, pero cuando el segundo armó el Frepaso para aliarse con los radicetas para voltear al Turco a finales de los 90, el Cineasta se abrió y desapareció de las primeras planas; hasta que volvió con documentales de denuncia y una plataforma genuinamente de izquierda, nacional y popular. Tipo mediático, comparte con La Gorda del Crucifijo su capacidad para juntar rating –audiencia no siempre reproducida en votos–, eso sí, sin caer en tantas contradicciones y excesos verborrágicos como su actual partener en las PASO.  

Más atrás vienen los marxistas. Divididos no sólo en leninistas, stalinistas, trostkistas, maoístas, castristas, etc. Sino también entre seguidores de tal o cual manda más local. Además, los hay más reformistas y más revolucionarios. Arrasan en los claustros estudiantiles de las universidades y terciarios, pero no existen en la política real. Conspiran muchas cosas contra ellos: el hecho de que muchos jóvenes que incursionan en la política “maduran” y terminan cumpliendo el viejo adagio de “subirse al caballo por la izquierda, para desmontar por la derecha”; la imposibilidad de armar un frente electoral debido a todas las divisiones dichas más arriba; la contradicción de proponer cambiar el sistema yendo a una votación dentro del sistema; y el fracaso de las experiencias socialistas del siglo pasado –algunas derivaron en dictaduras totalitaristas y genocidas como el Stalinismo soviético y  o el régimen de Camboya; y otras, incluso, en una forma peor de capitalismo, como es el caso de China–. Cultores de las postulaciones testimoniales, serán irrelevantes mientras no sepan acercarse a las bases, y se conformen con presidir centros de estudiantes donde la política real ni tiene ganas de meterse.

Al fin y al cabo, la "opo" está cargada de buenos columnistas de televisión, algún que otro denunciador o documentalista de la corrupción o de las inconsistencias del "modelo"; pero ni uno solo se ofrece como genuina oferta continuidad con correcciones si quiera. Mucho menos como la posibilidad de un cambio de rumbo económico y político genuino. Para colmo, con algunas excepciones, se jactan de emitir la consigna instalada que indica que la política actual se caracteriza por las "figuras", no por los partidos.

Esta "opo" no es la tenebrosa "derecha" de la que hablan los comincagadores de 67(ro)8 o describen los "intelectuales" orgánicos de Carta (y billetera) Abierta(s); es un conglomerado de distintas personas que por distintas razones y con distintos objetivos sólo quieren cambiar, a lo sumo, la conducción del Gobierno. Pero lo que no ponen en tela de juicio es el modelo de desarrollo exogenerado asentado en un sistema de acumulación primario extractivo-exportador, con una fuerte oligopolización y extranjerización de las empresas, y donde la principal transferencia de riquezas que produce la renta diferencial del campo se utiliza para pagar la deuda externa y sostener el modelo subsidiario contratista, que favorece esta concentración, garantiza la salida de remesas de las transnacionales, y la financiarización de la renta de las principales empresas a través de tasas elevadas artificialmente para garantizar el recurso de la bicicleta o su ahorro por medio de compra de papeles de la deuda pública para cubrir el déficit del Estado a cambio de una jugosa renta; mientras éste mismo Estado se encarga de la inversión a través de préstamos a tasas negativas, sistemas de promoción y esquemas impositivos que garantizan ámbitos privilegiados de acumulación de renta extraordinaria. Estos poderes concentrados están diversificados e integrados vertical y horizontalmente, y son los formadores de precios. Son además proveedores, contratistas y hasta socios del Estado; que a través de controles –que rápidamente son pasados por arriba, porque sólo alcanzan a una de las variables de la cadena de precios– y subsidios –que mantenidos a la larga, sirven más para subsidiar a las empresas y se convierten en trampa mortal para los consumidores– trata de controlar la inflación que vuelve a las clases populares dependientes del Estado y empobrece a las clases medias. 

Esta "guerra" de cotillón que significa esta nueva campaña electoral debe representar una oportunidad para proponer un modelo de desarrollo que no sea la profundización del modelo primario-exportador, atrasado, dependiente y deforme que –en su versión más populista o en la más liberal– que es el único posible tanto para el gobierno como para casi toda la oposición. 



© carlitosber.blogspot.com.ar, Junio 29 MMXIII
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