Murió un protagonista de las últimas décadas
Este martes 5 de marzo pasado el vicepresidente venezolano Nicolás Maduro anunció el fallecimiento de una de las personalidades políticas más influyentes del mundo en las últimas décadas y, quizás, el personaje más importante de la historia de Venezuela después de Simón Bolívar. Hugo Rafael Chávez Frías (Sabaneta, 28 de julio de 1954 — Caracas, 5 de marzo de 2013) no sólo, lideró un importante cambio de régimen político en Venezuela, que lo llevó a ser el centro de importantes enfrentamientos políticos y sociales en su país, sino que, además, tuvo una gran influencia en América Latina, en donde supo ganarse las simpatías de referentes de izquierda y, principalmente, de los gobiernos neo-populistas post-neoliberales, con los que buscó conformar un frente regional opuesto al Imperialismo de los Estados Unidos, en lo discursivo, movimiento "latinoamericanista" que siempre buscó conducir.
Decenas de miles de venezolanos, generalmente trabajadores y jóvenes de los sectores populares, asisten a los funerales de Hugo Chávez. Este dolor se explica porque, comparado con los partidos neoliberales, Chávez hizo una redistribución, aunque muy limitada, de la renta petrolera que creció bajo su gobierno de manera exponencial, ya que el barril de petróleo pasó de 20 a más de 100 dólares. De esta manera dio ciertas concesiones al movimiento de masas, sobre todo a los sectores más pobres como en el campo de la salud y de la educación, teniendo en cuenta que la pobreza había alcanzado al 80% de la población a fines de los ´90. En su etapa más de “izquierda”, luego de que la movilización popular derrotara golpe de estado de abril de 2002 llevado adelante por la derecha y el empresariado, con el aval de la embajada norteamericana y gobiernos conservadores como el de Aznar del Estado español, Chávez tomó algunas medidas como la reversión parcial de las privatizaciones de los ’90 (recomprando algunas empresas a precios de mercado), y, sobre todo, protagonizando el rechazo al ALCA en Mar del Plata en 2005.
Lo más destacable de la política exterior de esta “etapa izquierdista” del chavismo fue que Venezuela fue el único país latinoamericano que no participó de la ocupación de Haití impulsada por Estados Unidos y garantizada por los gobiernos latinoamericanos, entre ellos el argentino y el brasileño, y se opuso a las guerras de Irak y Afganistán, y más en general a la “guerra contra el terrorismo” llevada a cabo por Bush (aunque esto último lo llevó a estrechar relaciones con los regímenes dictatoriales de Irán, Siria y Libia, en una clara sobreactuación innecesaria).
La renta petrolera le permitió al chavismo ampliar su influencia regional, haciendo un uso diplomático de la venta del petróleo a bajo precio a países como Argentina, Nicaragua, Honduras, y en particular Cuba. Como parte de esta política de ganar influencia regional, el chavismo puso en pie el ALBA, que pretendía antagonizar con los proyectos de libre comercio impulsados por el imperialismo, e impulsó un fuerte apoyo a regímenes o partidos políticos de otros países que se alineaban a su política exterior, poniéndose al borde de inmiscuirse en asuntos internos de otras naciones soberanas. Sin embargo, tomada de conjunto, la política exterior de Chávez jugó un papel clave en mantener y colaborar para la estabilización del orden regional en América Latina, incluso impulsando instituciones regionales como la UNASUR de la que si bien está excluido Estados Unidos, no es antagónica con los intereses del imperialismo en la región.
Pero a pesar de ciertas concesiones al movimiento de masas y de sus roces con la Casa Blanca, sobre todo bajo la presidencia de Bush, Chávez no fue un “revolucionario” o un “antiimperialista”. En realidad, su llegada al poder permitió una salida a la crisis de dominio de la burguesía tras el Caracazo de 1989, recomponiendo la autoridad del Estado, sobre todo las Fuerzas Armadas, y mediante una Asamblea Constituyente, reemplazó la desprestigiada IV República por un nuevo régimen, un régimen bonapartista articulado en torno de la figura presidencial basado en mecanismos plebiscitarios.
Es decir, un régimen que otorgó ciertas concesiones al movimiento de masas para ganar su apoyo y maniobrar frente a la presión imperialista y del capital extranjero, sin llegar nunca a superar la dependencia y el atraso en los marcos de la propiedad privada capitalista. En esencia, precisamente ante la ausencia de un proceso revolucionario real que llevara a las clases explotadas a la cabeza del poder político, ante la ausencia de una revolución que elevara a los trabajadores a la condición de clase dirigente del país, apareció este liderazgo bonapartista, surgido de las propias fuerzas armadas burguesas.
Por esta política, Chávez tuvo un gran apoyo, principalmente entre los sectores más pauperizados de la sociedad, y gozó de una gran simpatía en América Latina y sectores de la izquierda mundial, y una férrea oposición patronal, a pesar de que en sus 14 años de gobierno los grandes sectores económicos y empresariales jamás vieron tocados sus intereses, y más aún siempre mantuvieron su ganancias. Es que la derecha venezolana no pudo cambiar el ideario reaccionario y cipayo, propio de las burguesías latinoamericanas, que les impide tolerar la más mínima concesión a los sectores populares. A esto hay que sumarle su resentimiento hacia “la nueva burguesía chavista”, una gran burocracia estatal que vive y hace sus negocios a partir de la administración de empresas clave que pertenecen a la nación como las petroleras, las industrias básicas, las de telecomunicaciones y de otras áreas económicas.
El hecho es que bajo 14 años de gobierno de Chávez el capitalismo venezolano no superó su carácter atrasado, basado exclusivamente en el ingreso de la renta petrolera y poco y nada de un desarrollo industrial diversificado. El aumento generalizado de las importaciones en los últimos años (se importa un porcentaje muy alto de alimentos de consumo básico), la dependencia extrema del petróleo, el vertiginoso sobreendeudamiento estatal y las altas tasas de inflación, siguieron corroyendo una economía cuyo padrón de acumulación rentístico en nada ha cambiado en la casi década y media que llevó Chávez en el gobierno. Incluso en el área del petróleo, más allá de un fuerte discurso nacionalista de control estatal de los hidrocarburos, la constitución de empresas mixtas en las que el Estado controla el 60% de las acciones, las transnacionales con el 40% restante, no solo eran partícipes en los negocios de la producción y las exportaciones sino que se transformaron en dueñas de los activos, es decir, se apoderaban del 40% completo de la empresa misma a lo que antes no tenían posibilidades de acceder.
Hoy día, de cada 100 dólares que ingresaban al país por exportaciones, apenas 4 dólares no provenían del petróleo. Esto implica que ante la eventualidad de una caída abrupta de los precios internacionales del petróleo, los imperialistas intentarán cobrarse su deuda –a la que Chávez pagó puntualmente- con los activos o llevando al país a una crisis de cesación de pagos. Fue por eso que, dejando una economía en tales circunstancias, desde el punto de vista burgués, solo les queda iniciar un camino de “ajustes” para hacer recaer sobre las masas trabajadoras y pobres el peso del endeudamiento estatal. Ajustes que ya había anunciando Chávez y que iniciaron con su puño y letra en la devaluación de principios de febrero pasado. Unos “desequilibrios” económicos y “contradicciones” insalvables de la propia lógica de su proyecto, pues tienen una razón clara y sencilla: la convicción de Chávez de no romper con el capitalismo.
En lugar de llevar adelante un proceso de abolición de la propiedad burguesa (nacional y extranjera) y socialización de las riquezas como base para la resolución de los problemas nacionales y de las masas obreras y populares, el chavismo optó por renegociar porciones de la renta petrolera con las trasnacionales, aumentar impuestos y desarrollar un enorme endeudamiento del país, es decir, pedirle prestado precisamente a los banqueros y gobiernos capitalistas.
Mientras se abre la Caja de Pandora que es el chavismo (un espacio político no institucionalizado donde conviven militares, partidos políticos de todas las variantes de centro-izquierda e izquierda, y movimientos sociales apartidarios radicalizados) liberados todos los controles y seguros de conflicto interno que estaban sólo en las manos del líder que con carisma y mano de hierro supo aunar con su voluntad; que se deberá ahora enfrentar sin su mentor con la derecha aunada en otra “bolsa de gatos” (llamada Mesa de Unidad Democrática, que une a una minoría de centro-derecha moderada, preocupada por el republicanismo constitucinalista, con los elementos más reaccionarios y antipopulares de la burguesía venezolana) que sigue Henrique Capriles tan sólo porque es el único candidato presentable ante las masas populares, en una lucha por la presidencia del país que se definirá en una nueva elección presidencial dentro de tan sólo un mes y, sobre todo, quién gane el plebiscito deberá reconstruir los mecanismos para hacerse con el poder político y social de un país dividido casi en mitades iguales; un conflicto social que sólo la figura de Hugo Chávez supo durante 14 años contener y encausar hacia un proyecto político y social, que a partir de ahora deberá mostrar su fortaleza, su profundidad y su viabilidad en el largo plazo.
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