En los manuales escolares, en los actos patrios, en la
memoria colectiva de la gran mayoría de los argentinos, la fecha de nacimiento
de la patria es el 25 de mayo de 1810. En esto no se diferencian ni liberales
ni revisionistas ni nacionalistas ni izquierdistas. A esto ha contribuido la
inteligente selección que se ha hecho de las fiestas cívicas nacionales, que
están dispuestas a lo largo del año en forma cronológica.
Sin dudas el 25 de mayo de 1810 es un hito importante para
comprender el proceso revolucionario que llevó a una de las colonias españolas en América a una guerra independentista y, al mismo tiempo, a un complejo haz de guerras
interregionales, sociales, étnicas y sociales. Durante todo este tortuoso
proceso histórico se formaron varios Estados-nación a lo largo de -por lo
menos- 70 años, uno de ellos la República Argentina.
Justamente para llegar a la respuesta del enigma debemos empezar por el final de la historia:
La Argentina hacia 1880 comenzaba a organizarse como un
Estado-nación moderno -según el significado que la palabra tenía a finales del
siglo XIX-. Tenía una organización politica -formal- que cumplía con los más
altos estándares de su época: una constitución liberal, separación de poderes,
gobiernos elegidos plebiscitariamente. Y comenzaba a institucionalizarse
conformando una burocracia centralizada y laica, un sistema educativo, un
ejército en regla y un aparato fiscal por primera vez nacionales.
Por fin el gobierno central tenía el monopolio absoluto de
los aparatos de coerción y de formación de ideología; y una clase dirigente se
había hecho cargo del Estado instituyendo un orden oligárquico liberal en las
formas, pero absolutamente conservador en los hechos.
Bajo el lema "orden y administración" el Gobierno
Argentino había sofocado y aniquilado todas las milicias que seguían a algún
caudillo; había ocupado el territorio que consideraba de su soberanía
exterminando a los pueblos originarios que no habían podido -o querido-
incorporarse pacíficamente al proyecto de Nación, y habían logrado el
reconocimiento del sistema interestatal mundial que colocaba a la Argentina
dentro del "concierto de naciones".
Quedaba una condición más: una historia nacional. Durante la
segunda mitad del siglo XIX había aparecido en Europa una nueva concepción de
la idea de "nación", que antiguamente era una palabra que significaba
el pedazo de tierra donde uno había nacido, algo más semejante a una región o
hasta una localidad.
Los romanticistas -sobre todo los alemanes- horrorizados por
el caos que reinaba en Europa después de la Revolucuión Francesa y la
Restauración Monárquica, buscaban un concepto aglutinador que no estuviese
contaminado de ideas contractualistas que sólo causaban desorden social. Fue
allí que nació la idea de nación como una calidad o substancia de carácter
inmanente y ahistórico: una fuerza invisible que une a un pueblo a su tierra
por los siglos de los siglos en todos los órdenes de la vida, la creación y la
existencia misma.
Si bien esta concepción de "nación" era ahistórica
necesitaba y se nutría de la historia. Pero no de cualquier historia, de la
historia nacional. Una historia que pudiera identificar esas marcas de la
nacionalidad a lo largo de los años, desde la misma noche de los tiempos al día
de hoy.
Los pangermanistas buscaban las leyendas y mitos medievales
o pre-romanos; los franceses se emparentaban los galos que combarían al César o
con Carlomagno; los escoseses decían que sus polleras a cuadros databan de
tiempos inmemoriales, de cuando habían nacido los primeros clanes; los
italianos rememoraban el glorioso Imperio Romano....
Pero Argentina no tenía una mitología milenaria ni tenía las
ruinas de un glorioso y civilizado imperio ni había nacido del germen de la
unión de unos colonos que luchaban por sus derechos civiles en el marco de
ideas liberales.
Y encima quedaba muy fresco el recuerdo de un largo haz de
guerras que caracterizó la organización de país. Fue entonces que el Gobierno
Nacional decidió seguir el plan historiográfico que habían empezado a diseñar
dos décadas antes Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López: un foco revolucionario
que a modo de élite ideológica y moralmente avanzada nacionaliza un territorio
oponiéndose a fuerzas exteriores e interiores.
Estaba claro que luego de la Batalla de Pavón este modelo
tenía tres grandes utilidades ideológico-propagandísticas:
- justificar la guerra de aniquilación de los últimos
caudillos federalistas y la intervención de las provincias que se oponían a
Buenos Aires;
- imponer la idea del "desierto" que la nación
necesitaba ocupar y civilizar, aunque significara el genocidio de las
"razas natural y moralmente" inferiores;
- y responder a la agresión de un enemigo externo y reprimir
a quienes no apoyaban la Guerra de la Triple Alianza.
Mitre, Sarmiento y Roca hacían una analogía de los hombres
de Mayo, de aquel núcleo revolucionario que desde Buenos Aires extendió al
resto del territorio las ideas de independencia y libertad; cincuenta años
después, una nueva cruzada empezaba en la ciudad-puerto: la de llevar al
Interior la civilización occidental y el orden liberal. Y la guerra, la
aniquilación y el genocidio eran armas válidas contra los enemigos de la patria
y contra la barbarie.
Pero este modelo historiográfico sobrevivió a su coyuntura y
se cristalizó a principios del siglo pasado como la "historia
oficial" -justamente cuando se festejó el primer Centenario-. Esta fue la
historia que se enseñó en las escuelas a los hijos de los inmigrantes para
crearles una conciencia nacional y que se investigó científicamente desde los
ámbitos académicos y universitarios.
Lo más inverosímil fue que las corrientes historiográficas contestatarias
o revisionistas sólo discutieron el panteón de próceres y las buenas o malas
intenciones de cada personaje histórico -quién era un patriota y quién un vende
patria cipayo- , pero no se atrevieron o no quisieron poner en duda el
"Mito de Mayo". Al contrario comenzó un debate sobre el
"auténtico plan revolucionario" y la traición de los sectores
liberales y apátridas, que condenarían a la Argentina a un estado de
dependencia económica.
Recién a mediados de los '60 algunos historiadores de
izquierda plantearon una escandalosa tesis: la Revolución de Mayo fue todo
menos una "revolución": ¿una asonada militar?; ¿o un cambio de
gobierno dentro de la legalidad del regalismo Borbón? Se caían dos mitos: el núcleo revolucionario que con las
ideas iluministas en la cabeza habían decidido independizarse del yugo español
aprovechando la coyuntura de las Guerras Napoleónicas y utilizando la
"Fachada de Fernando" para extender la revolución al interior; y que
el proceso de revolución y guerra de independencia empezaba el 25 de mayo,
descentraba la historia.
Ahora se discutía si fue en 1807 cuando los vecinos porteños
indignados por la actuación de las autoridades impusieron como Virrey al jefe
de las milicias que liberaron dos veces la ciudad de las Invasiones Inglesas:
Santiago de Liniers; fue en 1809 cuando ocurrieron los primeros levantamientos
continentales en Chuquisaca y La Paz -ferozmente reprimidos desde Lima y Buenos
Aires-; fue recién en 1811 cuando de España llegaron San Martín y Carlos de
Alvear con un claro plan independentista.
O peor aún, si fue una parte o una consecuencia de un proceso de "Revoluciones Atlánticas" iniciado -según el historiador que elijan- en la Revolución de la Independencia de los Estados Unidos o en la Revolución Francesa; y que abarcó a todos los procesos emancipatorios que se dieron en todo el continente americano, empezando por Haití -el segundo país del Nuevo Mundo que se independizó, y quizás el único que junto con la independencia tuvo una auténtica revolución social- en 1804.
Dejando esa discusión a los historiadores, podemos concluir
que las investigaciones actuales han puesto los hechos de Mayo de 1810 en su
lugar y en su verdadera significación. Pero esta reflexión parece no salir de
los ámbitos académicos. Buenos Aires sigue siendo el foco de poder político,
económico, ideológico y cultural. Los medios de comunicación están
centralizados más que nunca. El Gobierno Nacional monopoliza la recaudación y
pone de rodillas a las provincias con una Ley de Coparticipación vetusta. El
Interior sigue siendo negado en su diversidad cultural y en su valoración
histórica.
No se trata sólo de reivindicar a Vicente Chacho Peñaloza o
Felipe Varela, pero sostener el 25 de mayo como nacimiento de la Patria
es una contradicción por los hechos. Si buscamos ese hito, creo que sería mucho
más significativo esperar dos años y festejar el Bicentenario del 9 de julio de
2016. El problema es que deberíamos descentrar el hecho
fundacional de nuestra historia nacional hacia el Interior; darle el
protagonismo absoluto a Manuel Belgrado, José de San Martín y Martín Miguel de
Güemes; pero por sobre todo a los gobiernos provinciales porque nuestra patria
nació como las Provincias Unidas de Sudamérica -es más, nuestro himno loa a las
Provincias Unidas del Sud-.
Sí, la Argentina nació como una unión de provincias. Antes
que Nación tuvimos provincias que reconocieron unos lazos de unión cultural,
regional y político; verdadero germen de un proyecto nacional original,
plasmado en nuestra declaración de la independencia: "Nos los
representantes de las Provincias Unidas en Sud América, reunidos en congreso
general, invocando al Eterno que preside el universo, en nombre y por la
autoridad de los pueblos que representamos, protestando al Cielo, a las
naciones y hombres todos del globo la justicia que regla nuestros votos:
declaramos solemnemente a la faz de la tierra, que es voluntad unánime e
indubitable de estas Provincias romper los violentos vínculos que los ligaban a
los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojados, e
investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey
Fernando séptimo, sus sucesores y metrópoli".
Diez días después, en sesión secreta, el diputado Medrano
hizo aprobar una modificación a la fórmula del juramento. Donde decía
"independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli", se añadió:
"...y toda otra dominación extranjera".
Esto no significa que no deba festejarse más el 25 de mayo. Como fiesta patria es absolutamente válida, y mucho de lo que pasó a partir de esa fecha fue auténticamente revolucionario. Pero es importante poder poner esta fecha en su verdadera dimensión histórica para todos los que queremos enfrentarnos a los relatos de oficiales, o al menos comprender su verdadera intencionalidad política y social, y saber qué estamos reproduciendo y hacernos cargo del proyecto de sociedad que queremos. Porque la historia es un proceso continuo
de interacción entre nosotros y nuestra realidad: "un diálogo sin fin entre el
pasado, el presente y el futuro".
© carlitosber.blogspot.com.ar, Mayo 25 MMXVI
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