Antes el docente se autoestimaba, sentía que su profesión y su trabajo eran valiosos socialmente. En la década del 90 hubo una desvalorización desde el Estado que culpó al docente por los fracasos de la educación. Eso le resta identidad a su valor social. No se le reconoce autoridad y nadie puede tenerla si no se plantea que es un necesario aporte a la transformación de la realidad, ese es el rol del docente. Esto va atado a la forma autoritaria de cómo se impuso y se maltrató al docente y a todo el sistema educativo en los últimos 40 años. Qué va a esperar de la sociedad, de los padres y de los chicos, si el primero que hace esto es el propio Estado. Hay pérdida y vacío de autoridad porque no supimos construir un contenido de autoridad alternativo. Vivimos en la tensión entre el autoritarismo y el abandono de conducción. El docente ya no es creíble, como ninguno de los que representamos la condición pública. La primera enfermedad docente, la gran patología del momento, es la pérdida del deseo de enseñar, porque el docente no es más portador de una representación de prestigio. Para eso debemos hacer una crítica no sólo de la sociedad, sino del propio rol docente en los últimos tiempos, y sobre todas las cosas actualizar la problemática docente al contexto socia y cultural actual.
El contexto: la era del mono sobreexitado
Paul Virilo señalaba en un ensayo escrito en 1993 que “el fin de la primacía de las velocidades relativas del transporte mecánico y emergencia del súbito primado de la velocidad absoluta de las transmisiones electromagnéticas liquidan, junto con la extensión y la duración del «mundo propio», el privilegio ontológico del cuerpo del individuo”(i).
En aquel entonces la Revolución de la Informática y de las nanotecnologías apenas comenzaba en los países centrales, acelerando no sólo la velocidad de los intercambios de información sino repercutiendo en la vida de las personas; tanto en la producción y el consumo de bienes –subastas electrónicas, infomerciales, telemarketing, publicidad no tradicional, comunidades y grupos de fanáticos de una marca o incuso un modelo determinado– sino en la propia salud física y psíquica de las personas.
Se vive ‘al palo’, en una clara connotación sexual, hoy la libido como dice Franco Berardi, ha sido puesta a trabajar. Si antes, “la sociedad industrial construía máquinas de represión de la corporeidad y del deseo”, hoy en día “la sociedad post-industrial funda su dinámica sobre la movilización constante del deseo”(ii), afirma.
Pero no sólo el goce tiene su precio, sino que en este mercado mundial de los pulsos informáticos acelerados hasta el infinito, tiene un plazo de vencimiento muy efímero. De manera que el placer casi se reduce al momento de adquisición, para seguir deseando(iii).
La crisis de sobrexcitación ha generado niveles cada vez más altos de insatisfacción e incertidumbre que repercuten en todos los niveles sociales. Y, obviamente en cuanto se desciende en la escala social y en la brecha generacional, la repercusión en el universo simbólico del los individuos es más brutal(iv).
El consumo no sólo se transforma en un horizonte aspiracional sino también en un rasgo de pertenencia, ya no sólo social, sino generacional y simbólica. Hoy los jóvenes se adhieren a comunidades globales donde se da una especie isomorfismo de las pautas de consumo y comportamiento hasta el punto que la socialización en estos grupos, indica Berardi, es “efecto de un automatismo cognitivo” más que el “resultado de valores o disvalores de orden moral”(v).
Víctimas del decorado
Otra consecuencia de la espectacularidad mediática es que la supremacía de lo estético(vi) y la imprecisión del la transmisión en vivo –o tan sólo de su sensación(vii)– es la pérdida de la elaboración crítica, que según Berardi “ha sido sustituida por una forma de pensamiento mitológico”, por lo que “la capacidad de discriminar entre la verdad o falsedad de los enunciados se ha vuelto imposible o irrelevante”(viii).
Los programas informativos publican sensacionales primicias –que luego deben rectificar–, los talk-shows y programas de espectáculos se nutren de escándalos escenificados y algunas publicidades se asemejan a documentales(ix).
Berardi advierte que este proceso repercute en el plano cognitivo, perceptivo y psíquico y, por tanto, en la socialización de la mente infantil que crece en un mundo mediático donde “ya no contamos con flujos de tiempo continuo, sino con cápsulas de tiempo-atención”(x).
Por su parte, Edith Litwin escribe acerca de la cultura de los jóvenes: “son consumidores de propuestas fragmentarias, mosaicas y espectaculares, y al mismo tiempo de escaso sentido. Se trata de estímulos que confunden lo superficial con lo esencial, hacen perder el compromiso y la emoción, generando como efecto la desimplificación"(xi).
La privatización de lo social
La sociedad actual está atravesada por una doble conciencia en donde la moralidad de la modernidad intenta dar soluciones a una realidad que se rige por otra lógica: placer individual y consumo. Lo que reviste de un carácter privado y transaccional a las relaciones humanas(xii).
La educación no se ha quedado al margen del proceso de privatización de la sociedad: por ejemplo, los colegios privados y los establecimientos estatales –que aun cuentan con medios o reputación– compiten en mercado de credenciales; en donde los padres de los alumnos buscan una mezcla de valores de la Modernidad y de la nueva sociedad post-industrial propia de todo momento de transición: la suma de conocimientos socialmente relevantes al que deben acceder los jóvenes y un título que les posibilite posicionarse mejor en el mercado laboral o en la continuación de sus estudios en los niveles superiores desde el prestigio simbólico.
Esta mercantilización de la educación hasta el punto de convertirla en bien de consumo va de la mano del proceso de proletarización de la profesión docente del que da cuenta María Davini, que repercute en el trabajo de los educadores.
“Hoy asistimos a una doble proletarización; ideológica en cuanto a la pérdida de control acerca de las decisiones que afectan a los objetivos de su trabajo y, técnica, en cuanto a la pérdida de control sobre las decisiones que afectan a la realización de aspectos técnicos de su labor (…) En la práctica actual, la docencia ha perdido las fuentes de gratificación culturales o simbólicas que anteriormente revestían su imagen. Entre los variados factores, cabe destacar la nueva división del trabajo cultural emergente de los cambios sociales que incluye a los nuevos medios de transmisión cultural y sociabilización más dinámicos que la escuela y más próximos a los intereses de la juventud”(xiii).
El docente es hoy un empleado mal pago de empresas que venden títulos o de un estado “racionalizado” que ya no pude brindar condiciones laborales dignas y que además los obliga a cumplir las características de un trabajo intensivo, legitimando esta explotación a través del imaginario simbólico que aún ve en la docencia una vocación de alta responsabilidad social y, por tanto, de entrega total.
Todo esto ha ido en detrimento del reconocimiento profesional de la docencia, y por lo tanto en el prestigio –social y científico– de la carrera y en la inversión (tanto pública como privada) en la formación y capacitación.
La clase: ¿una isla?
En este contexto, en la clase, el rol del docente es ser una especie de gestor del interés de los jóvenes. Debe luchar contra la velocidad y la trascendencia social de instancias que ya no quedan afuera del aula gracias a la nanotecnología, la publicidad, el consumismo y las formas de pertenencia juvenil.
Por otro lado, el docente debe afrontar el más serio desafío de esta época: la violencia juvenil. Los ataques entre jóvenes, los disturbios y desmanes trascienden las clases sociales, los géneros y las edades. Se trata de una situación multicausal: desde la moda y el consumismo que genera frustración al que no tiene los medios; pasando por la agrupación en grupos de pertenencia cada vez más excluyentes; hasta la superficialidad con que se viven los vínculos afectivos basados sólo en el deseo individual.
A todo esto Berardi agrega la socialización en un ambiente en el cual el contacto afectivo ha sido sustituido por flujos de información veloces y agresivos(xiv), donde generalmente el cariño y el juego con la madre son suplantados por la televisión en soledad(xv).
En este un flujo inconexo de información se hace cada vez más difícil distinguir lo verdadero de lo que no es, y con unas estrategias de comprensión y consumo de esos estímulos que no dan lugar a la secuencialidad de la escritura o la lentitud de la lectura que hacen recordar a modos de oralidad. Pero sólo en parte, porque en la oralidad los interlocutores se dan pie y evitan hablar al mismo tiempo. Y esta violencia simbólica la sufren principalmente los más chicos, ya que están psíquicamente más indefensos.
Concluimos que, como señala Litwin, el docente debe producir “una intervención significativa” para que los jóvenes puedan abandonar esta lógica; porque “el objetivo de la educación es activar el interés con la suficiente fuerza como para que los estudiantes quieran seguir aprendiendo, disfrutando o emocionándose”(xvi), y que esa ‘desactivación’ debe estar necesariamente ligada a una reflexión crítica sobre esa realidad.
© carlitosber.blogspot.com.ar, Septiembre 12 MMXIV
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Citas y comentarios
(i) VIRILO, Paul. El arte del motor. Manantial. Buenos Aires. 1997. p. 110.
(ii) BERARDI, Franco. Generaciones post-alfabéticas. Violencia en las escuelas. (faltan otros datos) p. 8
(iii) Encima la aceleración de la información repercute en los ciclos económicos, cada vez más cortos. La crisis económica –y por tanto política, social y hasta bélica– se ha hecho constante.
(iv) La cultura informacional-mediática es espectacular, porque la cuestión de la transmisión es, sobre todo, un problema ligado a la sensibilidad y a la excitación de la libido: porque este lenguaje siempre demanda al sujeto en tanto consumidor y lo refiere siempre a los cánones de belleza y al placer individual.
(v) BERARDI, F. Op. Cit. p. 6
(vi) En los medios aumentó el discurso autorreferencial donde constantemente se “vende” el qué va a pasar –lo que viene– o se vacía el contenido hasta el sin sentido de la lucha por el rating –ya no sólo en el prime time, sino en cualquier momento del día–. La política se ha transformado en un concurso de popularidad no sólo durante las campañas llenas de slogans vacíos, sino que el ejercicio mismo de la gestión se basa en un constante sondeo de opinión pública.
(vii) El programa Show Match se emite con formato de programa en vivo, pero va en diferido, por ejemplo.
(viii) BERARDI, F. Op. Cit. p. 5.
(ix) Por ejemplo el fenómeno de los mediáticos o la campaña del motor MultiJet de Fiat “El Caso Mascherano” (http://www.casomascherano.com.ar/).
(x) BERARDI, F. Op. Cit. p. 5.
(xi) LITWIN, Edith. El oficio de enseñar. Condiciones y contextos. Paidós. (faltan otros datos) p. 75.
Por “desimplificación” entendemos que los materiales simbólicos de los medios llegan rebajados y hasta digeridos en algún sentido, pero mediante técnicas muy complejas y estudiadas que ocultan no sólo los secretos de su producción sino también su intencionalidad, y que apenas dan lugar a una reproducción muy condicionada y no al manejo crítico y racional de esa información.
(xii) Todas las instancias de mediación de la sociedad moderna volaron por los aires: la familia nuclear, el Estado benefactor, los partidos políticos, los clubes y organizaciones basados en la pertenencia a un lugar, una colectividad o una clase social. El Estado-nación propio. Se dice que la escuela se ha salvado. Pero, la sola certeza de que los chicos y adolescentes siguen yendo a las escuelas, ¿basta para hacer tan temeraria afirmación? Porque igualmente la gente aún vive en unidades familiares; siguen habiendo servicios públicos y de previsión social, partidos políticos, clubes y organizaciones sociales; y aún pervive –aunque sólo en forma– el sistema mundial de estados…
(xiii) DAVINI, María. Formación y trabajo docente: realidades y discursos en la década del 90. (faltan otros datos) pp. 2-3.
(xiv) BERARDI, F. Op. Cit. pp. 2-3
(xv) Sumado al enrarecimiento del clima social que caracteriza a la era de la incertidumbre económica –política, social y bélica– espectacularizada por los medios informativos o en el mundo virtual de los video games –irónicamente, cada vez mas “reales”–: la violencia trasciende a los jóvenes –los políticos y las estrellas de cine y televisión se agreden de las formas más bajas y ruines; en cada partido de fútbol hay una batalla campal entre los propios jugadores y en las tribunas, que continúa en disturbios callejeros o en foros de hinchas que retroalimentan la violencia fecha a fecha; el tránsito genera auténticos arranques de furia por un los embotellamientos, los choques o porque los que, impotentes de hacer llegar sus peticiones a las autoridades, se hacen oír mediante piquetes sin pensar en los que transitan; y la criminalidad que aumenta exponencialmente según el mandamiento de las cadenas de noticias–.
(xvii) LITWIN, Edith. Op. Cit. p. 85.
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