La economía que deja el Ladricorporativismo y el ajuste que viene
Mauri, el Niño Cincuentón (al que le dejaron cumplir su sueño de ser) Presidente, viene a ajustar. Lo mismo que hubiera tenido que hacer Yoli, el Heredero no Buscado por La Jefa (que para no ser el chivo expiatorio, se dejó ganar). Hay déficit fiscal (el Estado gasta más de lo que recauda), es mínimo el superávit comercial (se exporta apenas un poco más de lo que se importa), quedan pocas reservas (dólares) en el Banco Central; hace 4 años que la economía está estancada (y el Estado aplica impunemente un cóctel explosivo de impuesto inflacionario, índices económicos dibujados y emisión descontrolada para sostener el "relato"); los granos, entre ellos la soja, han bajado su precio internacional (se recaudan menos divisas por retenciones); Brasil sigue en recesión y comprará menos autos (siendo el mayor socio en ese rubro); los subsidios, que garantizaban las ganancias a las empresas de servicios (luz, gas, transporte), ya no se pueden sostener.
Durante los catorce años de gobiernos peronchistas que concluirán el 10 de diciembre, nuestro país sufrió una megadevaluación que colocó a más de la mitad de la población en la pobreza y confiscó los ahorros de los trabajadores acomodados y la clase media en favor de salvar a los bancos de la quiebra del 2001; luego conoció algunos de los años de mayor crecimiento continuado a tasas elevadas de la historia argentina de la mano de los mejores términos de intercambio de los últimos cien años, la pulverización de los costos laborales y una política de incentivación del consumo interno; y finalizó con un notorio estancamiento cuyas raíces se encuentran en el efecto de hondos condicionantes que caracterizan la economía dependiente del país, que mostraron la distancia entre los cambios que se venían proclamando y una realidad condicionada por el peso del imperialismo y el atraso económico, y dispararon medidas de un ajuste paulatino.
La megadevaluación de 2002 y la etapa "Ladriprogresista"
La primera etapa de esta época que llega a su fin estuvo signada por la necesidad de encausar la crisis del régimen político que había tenido su punto más alto en las jornadas de movilizaciones de masas (artificialmente espontáneas) que empujaron a la caída del Inimputable Fernandito en diciembre de 2001. Se caracterizó por alimentar la pretensión (voluntarista) de que era posible sostener a lo largo del tiempo un crecimiento elevado y la recuperación de los ingresos de los sectores populares (claro, siempre en comparación con el piso que estos habían alcanzado en el año 2002).
Si esta pretensión pareció sostenible durante varios años, fue gracias al margen de maniobra que había dejado el ajuste sin precedentes que la clase dominante impuso en 2002 durante el gobierno de transición del Cabezón Eduardo, el ex líder de la Liga de Barones y Manzaneros del Conurbano. La megadevaluación de 2002 condujo a un desplome de los costos salariales para el conjunto de la clase capitalista. Con los precios moviéndose al calor de la desvalorización del peso en relación al dólar (de forma desigual en distintas ramas), los empresarios adecuaron sus ingresos a la nueva situación; pero en la abrumadora mayoría de los casos, un costo fundamental, el del salario, se mantuvo casi incambiado en términos nominales. La degradación de las condiciones de los trabajadores asalariados fue un elemento fundamental para abrir un nuevo panorama para la economía nacional.
Este desplome en el valor de la fuerza de trabajo, unido al mercado que se abrió para un montón de sectores productivos gracias al sideral encarecimiento de productos importados que significó pasar del “1 a 1” al “3 a 1” en pocos meses, constituye la base de la reactivación económica. Este salto en la rentabilidad empresaria que ocurrió a partir de 2002 fue la verdadera “caja negra” del crecimiento económico de esta década.
Durante 2002 también se produjo un fuerte recorte en el gasto fiscal, gracias al default de la deuda y el congelamiento de los salarios de los empleados públicos, mientras que se incrementaba la recaudación gracias a las retenciones de la soja, impulsada por los nuevos requerimientos de la clase media china, que necesita alimentar a millones de cerdos. En 2003 se inició también el boom internacional en los precios de los commodities (debido, en gran parte, a que se transformaron en el refugio seguro de grandes fondos de especulación financiera que comenzaron a enriquecerse a expensas del hambre mundial) que acompañó prácticamente todo el período y alteró la ecuación económica del país de una forma sin precedentes en muchas décadas.
Hacía varias décadas que las ventas al exterior no superaban a las importaciones tan holgada y sostenidamente como lo hicieron durante estos doce años. Por lo general la economía argentina de los últimos cuarenta años solo alcanzaba un superávit comercial cuando entraba en recesión, lo que reducía las compras al extranjero. Los momentos de crecimiento y superávit existieron durante este período, pero tuvieron duración efímera.
El último período de crecimiento con superávit había sido la brevísima borrachera neoliberal provocada por la venta de "las joyas de la abuela" y el ingreso indiscriminado de divisas por endeudamiento externo, que permitieron la fantasía de la convertibilidad y la apertura comercial del todo por dos pesos. Esa, situación totalmente artificial, tuvo consecuencias funestas cuando la plata dulce se agotó y la serie de recesiones mundiales de fin del siglo XX transformaron a la convertibilidad en una trampa mortal que la (vieja) Alianza no pudo ni quiso desactivar.
Si bien, el boom de los commodities pusieron a América del Sur en el mapa devuelta a partir de 2003-2004, como muestra cabal del capitalismo dependiente y deformado de la región, desde finales de 2013 esta situación se está transformando para todo este conjunto de países, y el viento de cola empieza a transformarse en uno de signo contrario.
De esta forma, el período se inicia con aprovechando los efectos benéficos de un ajuste que mejoró la rentabilidad y dio “competitividad” a costa de los salarios, y con el beneficio de los superávit gemelos, fiscal y comercial. Una “buena” herencia conseguida mediante un feroz ajuste, sin el cual no habría podido desarrollarse el llamado “modelo de crecimiento con inclusión”.
La década ganada: la recuperación del salario, la reindustrialización, los subsidios, el desendeudamiento y las demás farsas del "relato"
Si tomamos el empleo registrado del sector privado, este pasó de 3,5 millones en 2002 a 6,4 millones de trabajadores en 2014. El crecimiento del empleo privado fue consecuencia del aprovechamiento que hicieron los empresarios del abaratamiento y la elevada capacidad ociosa con la que partieron en 2002. En estas condiciones de crecimiento del empleo, no resulta sorpresiva la recuperación de las remuneraciones. Lo que salta a la vista es el nivel limitado que esta ha tenido. Hoy el poder adquisitivo que arroja el promedio de los salarios está por debajo del de diciembre de 2001. Aclaremos que estamos haciendo la comparación con un punto ya bajo, porque ese era el cuarto año de una de las depresiones más prolongadas y severas de la historia argentina, que produjo una híper desocupación y ya había mellado los salarios antes de que el ajuste cambiario hiciera lo suyo. En 2012 se alcanzó la mayor recuperación (con niveles comparables a lo mejor de la etapa de la convertibilidad) y desde entonces viene cayendo porque los precios suben en promedio más que los salarios. La “década ganada”, mantuvo un techo bajo para la recomposición de los salarios. No sorprende entonces que la pobreza sea hoy de 25 %, como muestran todos los relevamientos, menos los del intervenido IndeK.
¿Cómo se explican estos resultados limitados? Ante todo, por la capacidad que tuvo el empresariado para contener las aspiraciones de los trabajadores gracias al mantenimiento de la precarización de una franja importante de los trabajadores (34 % siguen empleados en negro), y por las condiciones de flexibilización de la fuerza de trabajo que se mantuvieron firmemente durante la "década ganada". Una política de Estado mantenida desde los noventa contra el pueblo trabajador.
Si tomamos el empleo registrado del sector privado, este pasó de 3,5 millones en 2002 a 6,4 millones de trabajadores en 2014. El crecimiento del empleo privado fue consecuencia del aprovechamiento que hicieron los empresarios del abaratamiento y la elevada capacidad ociosa con la que partieron en 2002. En estas condiciones de crecimiento del empleo, no resulta sorpresiva la recuperación de las remuneraciones. Lo que salta a la vista es el nivel limitado que esta ha tenido. Hoy el poder adquisitivo que arroja el promedio de los salarios está por debajo del de diciembre de 2001. Aclaremos que estamos haciendo la comparación con un punto ya bajo, porque ese era el cuarto año de una de las depresiones más prolongadas y severas de la historia argentina, que produjo una híper desocupación y ya había mellado los salarios antes de que el ajuste cambiario hiciera lo suyo. En 2012 se alcanzó la mayor recuperación (con niveles comparables a lo mejor de la etapa de la convertibilidad) y desde entonces viene cayendo porque los precios suben en promedio más que los salarios. La “década ganada”, mantuvo un techo bajo para la recomposición de los salarios. No sorprende entonces que la pobreza sea hoy de 25 %, como muestran todos los relevamientos, menos los del intervenido IndeK.
¿Cómo se explican estos resultados limitados? Ante todo, por la capacidad que tuvo el empresariado para contener las aspiraciones de los trabajadores gracias al mantenimiento de la precarización de una franja importante de los trabajadores (34 % siguen empleados en negro), y por las condiciones de flexibilización de la fuerza de trabajo que se mantuvieron firmemente durante la "década ganada". Una política de Estado mantenida desde los noventa contra el pueblo trabajador.
Esta precarización laboral vino de la mano de una de las mayores falacias de la "década ganada": los subsidios parciales a algunos servicios públicos. La megadevaluación y ajuste de 2002 supuso un congelamiento temporario de las tarifas de servicios, la pesificación de las deudas y otras medidas tendientes a que los obreros calificados y la clase media no cayeran en la pobreza y la ecuación social se hiciera reamente explosiva (en vez de un 50%, estaríamos hablando de un 75-80% de pobreza). Sin embargo, cuando comenzó la recuperación (2005-2007) el Gobierno nacional se dio cuenta que dejar que se triplique de un día para el otro el precio de los servicios básicos (luz, gas, agua) y del transporte público en la Capital Federal y el Gran Buenos Aires podía ser muy "pianta votos".
Se generó un esquema injusto y discriminativo por el cual los demás habitantes del país (y los propios usuarios del AMBA) a través de sus impuestos financiarían a las empresas de servicios (privatizadas en los 90) y a las compañías de transportes (entre ellas, las consesionarias de los ferrocarriles y los subtes de Capital y GBA) para garantizarles sus ganancias. Esto además contribuía a armar un relato en el que el régimen aseguraba arbitrar aspiraciones contradictorias. Claro que el Gobierno que se hacía llamar Nac&Pop no explicaba que lo hacía manteniendo las condiciones de precariedad estructurales pero subsidiando algunos consumos. Y, en consecuencia, financiando (de manera directa o indirecta) una parte de la rentabilidad capitalista con recursos fiscales cada vez mayores. Hasta que se chocó contra los límites que impuso la llamada “restricción externa”: desde 2011 al país le faltan dólares, a pesar de que siguió exportando abundante soja y mantuvo hasta 2014 superávit comercial.
Esta falta de dólares es el principal limitante que viene aquejando la economía, ya que condujo al Ladricorporativismo a tomar medidas como el freno a las importaciones para limitar la salida de dólares. Y todo para asegurarse que no falten dólares para pagar la deuda.
El lugar que tuvo el pago de la deuda, explica las medidas aplicadas por el gobierno desde 2012, así como por qué se llegó a la situación de falta de dólares. Después de renegociar la deuda en default en 2005, con una quita que en los hechos era de 54 % (y terminó siendo menor gracias a las ganancias que obtuvieron los bonistas con el cupón por crecimiento que acompañó a los bonos), se trazaron como meta central reducir los pasivos en dólares del país. Reivindican haber pagado 190 mil millones de dólares, lo que no impidió que la deuda pública total pasara de 126 mil millones de dólares luego del canje de 2005 a 222 mil millones a fines de 2014. La parte en dólares con acreedores privados se redujo de manera considerable, ya que pasó de ser el 80 % de la deuda total a ser un 26 % (representa hoy el equivalente a 11 % del PIB). Pero esto se logró al precio de un fuerte crecimiento del endeudamiento del tesoro nacional con otros organismos del Estado, sobre todo con ANSES, caja que manotearon para salvar a las AFJPs que no podían afrontar el pago de jubilaciones (se habían afanado el 30% de la guita cobrando comisiones y le habían prestado al Estado la otra mitad, que por el crak de 2001 le había devuelto con papelitos), y que engrosaron, luego, con una unitaria ley que reformó la coparticipación federal en detrimento de Córdoba, Santa Fe, San Luis y Corrientes.
El precio de la continuidad de la dependencia se expresó también en la medida en que los capitalistas extranjeros –que durante "la década ganada" mantuvieron todo su peso en la economía nacional– y la burguesía “nacional” colocaron en el exterior buena parte de las ganancias amasadas en el país, bajo la forma de giros de utilidades a sus casas matrices los primeros, como lisa y llana fuga (acompañada casi siempre de evasión) los segundos. Durante el período 2002-2014, la Argentina acumuló un superávit comercial de 184 mil millones de dólares, pero el mismo no tuvo como correlato ninguna canalización.
Un ajuste cocinado a fuego lento
Esta falta de dólares es el principal limitante que viene aquejando la economía, ya que condujo al Ladricorporativismo a tomar medidas como el freno a las importaciones para limitar la salida de dólares. Y todo para asegurarse que no falten dólares para pagar la deuda.
El lugar que tuvo el pago de la deuda, explica las medidas aplicadas por el gobierno desde 2012, así como por qué se llegó a la situación de falta de dólares. Después de renegociar la deuda en default en 2005, con una quita que en los hechos era de 54 % (y terminó siendo menor gracias a las ganancias que obtuvieron los bonistas con el cupón por crecimiento que acompañó a los bonos), se trazaron como meta central reducir los pasivos en dólares del país. Reivindican haber pagado 190 mil millones de dólares, lo que no impidió que la deuda pública total pasara de 126 mil millones de dólares luego del canje de 2005 a 222 mil millones a fines de 2014. La parte en dólares con acreedores privados se redujo de manera considerable, ya que pasó de ser el 80 % de la deuda total a ser un 26 % (representa hoy el equivalente a 11 % del PIB). Pero esto se logró al precio de un fuerte crecimiento del endeudamiento del tesoro nacional con otros organismos del Estado, sobre todo con ANSES, caja que manotearon para salvar a las AFJPs que no podían afrontar el pago de jubilaciones (se habían afanado el 30% de la guita cobrando comisiones y le habían prestado al Estado la otra mitad, que por el crak de 2001 le había devuelto con papelitos), y que engrosaron, luego, con una unitaria ley que reformó la coparticipación federal en detrimento de Córdoba, Santa Fe, San Luis y Corrientes.
El precio de la continuidad de la dependencia se expresó también en la medida en que los capitalistas extranjeros –que durante "la década ganada" mantuvieron todo su peso en la economía nacional– y la burguesía “nacional” colocaron en el exterior buena parte de las ganancias amasadas en el país, bajo la forma de giros de utilidades a sus casas matrices los primeros, como lisa y llana fuga (acompañada casi siempre de evasión) los segundos. Durante el período 2002-2014, la Argentina acumuló un superávit comercial de 184 mil millones de dólares, pero el mismo no tuvo como correlato ninguna canalización.
Un ajuste cocinado a fuego lento
El gobierno Ladricorporativista está llegando literalmente "con lo justo" hasta el 10 de diciembre. Un eje central de la campaña de su candidato no querido fue el ajuste que aplicaría El Niño Cincuentón. El gobierno hace rato viene azuzando contra el ajuste que aplicará quien lo suceda (es más, antes de que el dedazo dejara afuera de la interna a Chantazzo, incluían al propio Yoli dentro de los buitres ajustadores).
Pero más allá de la indudable vocación de Mauri de tomar rápidamente una serie de medidas para recuperar la rentabilidad de los empresarios, la magnitud del ajuste fue preparada por el propio Ladricorporativismo, que liquidó las reservas en aras de pagar la deuda, dejó fugar impunemente, y no atinó a tomar la menor medida contra las maniobras de la banca y los grandes exportadores, que hoy tienen un verdadero monopolio privado del comercio exterior. Y porque por su flagrante incapacidad, se quedó pasmado ante el fin de las condiciones internacionales extraordinariamente favorables para las exportaciones de soja que se dieron hasta 2014.
El ajuste que se viene se basa en presupuestos compartidos por el actual gobierno y quien lo sucederá: que es tabú cualquier medida para enfrentar la crisis que vaya de raíz contra el peso del saqueo imperialista y de sus socios locales. Sólo hubo un candidato que propuso en estas elecciones un programa que puso en cuestión estos principios incuestionables para la clase dominante; estos planteos son el punto de partida necesario para desplegar la resistencia a los ataques al pueblo trabajador que prepara la (nueva) Alianza y que ya empezó a ejecutar (a cuenta gotas, para poder mantener la farsa propagandística de "la década ganada") el Ladricorporativismo desde 2012.
© carlitosber.blogspot.com.ar 28 Noviembre MMXV
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