Otra tragedia de la corrupción
Produce muchísima bronca, rabia e impotencia repetirse en menos de un año y medio el mismo cuadro de espanto, horror y tragedia; y las mismas reacciones oficiales marcadas por la hipocresía, el cinismo y la falta de escrúpulos. Se llenan la garganta y el pecho de una profunda amargura y desazón al contemplar la veloz y fría especulación política de los que se apresuraron a hablar de oscuros sabotajes con maquinistas kamikaze manejados por un sindicalista medio zurdo y un cineasta devenido en político opositor. El corazón se hiela con una fría incredulidad cuando se ve a los políticos de la "oposición" salir de abajo de las baldosas donde se esconden a chicanear y hablar como columnistas televisivos y no como opción de cambio viable. Y mientras tanto la gente común se muere, queda lisiada, carga con secuelas psicológicas para toda la vida, y simplemente se acostumbra a viajar peor que el ganado —porque a las vacas no las amontonan porque sino la carne es de pésima calidad si se estresan—.
Si en algo se debe reconocer a los kirchneristas es su descaro para no hacerse cargo de todo aquello que los haga tener que asumir errores propios o los obligue, al menos, a dar alguna explicación; y cómo muchos de sus seguidores acompañan y, hasta justifican, estos “silencios”. La alianza con los señores feudales de las provincias, con las transnacionales de los agronegocios, la megaminería, el petróleo y las telecomunicaciones son “alianzas estratégicas lamentables”, pero “necesarias” para el “progreso” del “modelo”. Los casos de corrupción o son inventos de los medios “enemigos de la patria” o “casos puntuales de una forma de hacer política de siempre —en el fondo, dicen, ¿qué gobierno no tuvo algún que otro escándalo?—. La inflación, el cepo al dólar, el control de importaciones también son “inventos mediáticos” o preocupaciones de los tilingos de clase media. Pero cuando se usa la misma estrategia para una serie de tragedias civiles en un medio de transporte concesionado, subsidiado y re-estatizado, y que tengan un éxito similar lleva a pensar cuál es el límite, no sólo de la caradurez Nac&Pop, sino también hasta donde mucha gente o está sedada o fanatizada.
Alguien dijo alguna vez, “esta gente nunca va a dar malas noticias, ni mucho menos reconocer un error”. A lo que se podría agregar, que muchos de sus seguidores son iguales de incapaces de reconocerlos. Han llegado incluso a anunciar grandes obras –muchas ya anunciadas y, supuestamente, iniciadas anteriormente, y vueltas a relanzar tras la Tragedia de Once– sin hacer una sola mención de la masacre en la que murieron 51 personas. Hasta un día antes de que la Cámara Federal se expidiera sobre la elevación a juicio oral y público del Caso de la Tragedia de Once, la presidenta Cristina Fernández, en persona, anunció por Cadena Nacional que se iban a cambiar todas las unidades de la línea en la que ocurrió el desastre por trenes cero kilómetro. Más allá fue el ministro de Interior y Transportes Florencio Randazzo —el ex dirigente duhaldista al que le dieron el control de los transportes porque la Tragedia de Once tocó a toda la cúpula que se hacía cargo del tema hasta entonces en el ministerio de Planificación Federal de Julio De Vido— que anunció una “revolución” en 60 días en un diario oficialista, y se enojó cuando levantaron la nota los medios opositores y relativizó lo que el mismo había dicho. Pero él tampoco hizo una sola mención de la masacre, ni en su anunciada revolución ni en la desmentida.
Mientras tanto la Cámara complicó la situación judicial de 6 funcionarios del Gobierno Nacional a cargo del área de Transportes. Como el ex secretario de Transportes Juan Pablo Schiavi, al que la banda de aplaudidores ovacionó de pie cuando anunció que renunciaba por motivos personales, y no por la Tragedia ni por vergüenza propia por las declaraciones escandalosas de los días posteriores —había dicho que si el choque ocurría un día antes, que era feriado, habrían muerto menos personas, y que la “costumbre argentina” de viajar en el primer vagón había sido un agravante de las consecuencias del, según él, “accidente”—. Días después nos enteramos que el soterramiento de la línea, anunciado dos veces antes de la Tragedia —es más, si se hubiese cumplido el primer anuncio, el tren ya habría sido subterráneo dos meses antes de la masacre; y el segundo anuncio, se hizo casi un año antes por otra tragedia ferroviaria, entre un tren de la misma línea y un colectivo—, vuelto a anunciar con bombos y platillos, e iniciado tras la Tragedia, está detenido apenas comenzado hace seis meses por falta de fondos y que comenzaría de verdad en la segunda mitad de este año. Mientras los pasajeros siguen sufriendo suspensiones, principios de incendios y descarrilamientos que el Gobierno Nac&Pop se encarga de minimizar rápidamente.
Ayer leí en el Facebook oficial de la presidenta, que tres horas después de la Tragedia de Castelar hizo publicar un posteo celebrando la inauguración de una nueva carrera en la Universidad Jauretche, cómo los admiradores se lamentaban más porque la tragedia les iba a dar "lata" a los "contras" que por la gente que sufrió el accidente. Porque “hinchar” con el tema de los trenes, es “mirar sólo lo malo” como hacen la oposición "de derecha" y el Grupo Clarín; como si preocuparse por la crisis del transporte público sea una preocupación artificial inyectada por los medios opositores cual lavado de cerebro. En fin, los trenes “están hechos mierda por culpa del Turco”, se justifica. No podemos negar que el ex presidente Carlos Menem fue, durante los 90, el “gran desguazador y rematador” de la ruina de un sistema ferroviario que empezó su prolongada agonía a fines de los años 50 —al igual que casi todas las empresas estatales que manejaban otros servicios públicos y recursos estratégicos—. Como es igualmente innegable que Cristina Fernández, el ex presidente Néstor Kirchner, y casi todos los funcionarios y legisladores, no sólo eran “menemistas” por entonces, sino que apoyaron y aplaudieron —y hasta se enriquecieron personalmente— con “la venta de las joyas de la abuela”. Como es todavía más innegable que de los casi 22 años que llevan los ferrocarriles privatizados, casi 10 gobernaron el país los “kirchneristas” —y 20, el partido político al que pertenecen—. Ergo: no pueden hablar ni comportarse como si Cristina hubiera asumido el 10 de diciembre de 2011 de manos del propio “Turco” en persona.
Mucho menos pueden hacerlo cuando durante esta Década Nac&Pop fueron los propios kirchneristas los que llevaron hasta el paroxismo de la ineficiencia y la corrupción el sistema privatista-subsidiario que caracterizó a los ferrocarriles —y demás servicios públicos concesionados—, desde su misma privatización en los 90. Sistema que —como nos hemos cansado de decir repetidas veces en este medio— además de conformar una auténtica “caja negra” donde se colusionan los intereses de los privados con la “plata sucia” que maneja la política partidaria y engrosa inexplicables las declaraciones juradas de los funcionarios públicos; constituye, cuando se mantiene indefinidamente en el tiempo, un subsidio a los empleadores en un escenario de inflación, que les permite conformar con aumentos de sueldos que apenas superan un costo de vida que tiene grandes desbalances y precios diferenciados que están complicando la economía —y cualquier intento de poda de estos subsidios, para controlar el déficit fiscal, porque la situación podría desatar una escalada de precios descontrolada—.
Están los zurdos de cotillón que dicen que la corrupción es una preocupación de pequeños burgueses, que impotentes ante el avance social de la "negrada" en un modelo de "desarrollo inclusivo" son movidos por un moralismo fascistoide. Según ellos la corrupción es un "daño colateral" molesto, pero inevitable y, hasta lamentablemente, estructural del estadio del desarrollo capitalista vernáculo. Pero que los privados rapiñen, vacíen y coimeen no sería posible si el Estado no se los permitiera. Que los funcionarios hagan lo mismo, es porque los emprearios los coimean y comparten la misma forma de hacer guita. En un país donde se naturaliza la corrupción, los cambios de reglas, la incertidumbre y hasta el desconcierto, el capitalista externo que viene es el pirata acostumbrado a la ganancia rápida y al menor costo posible: comprar y explotar lo existente hasta que se termine, llevarse toda la ganancia posible y pedir monopolios, leyes especiales y colusionar con funcionarios del Estado para garantizarse inmunidad e impunidad cuando las cosas salen mal.
Es una enorme contradicción que un gobierno que dice luchar por los derechos humanos condene a millones de ciudadanos a viajar en condiciones inhumanas y poner en riesgo sus propias vidas en los transportes públicos. Y que además anuncie obras que no se cumplen, o que se cumplen a medias, en forma espasmódica y que no hablen sobre la Masacre del 22 de febrero del año pasado. Lo peor es que la misma actitud comparten los opositores políticos del gobierno. Sino fijémonos la patética actitud del jefe de gobierno porteño Mauricio Macri, días después de la Tragedia de Once reculó en el traspaso de los subtes de la ciudad de Buenos Aires dando comienzo a la bochornosa “novela del subte”. Ahora la ciudad se hizo cargo finalmente del subte, pero cerró una línea por dos meses para cambiar coches de casi 100 años de antigüedad por coches de estreno produciendo debates de los más patéticos: los Nac&Pop que en la ciudad son opositores salieron a defender el “patrimonio” porteño —los vergonzosos trenes centenarios que hacían un ruido infernal y parecían que en cualquier momento se desarmaban hay que defenderlos, bla, bla, bla—, cuando ellos le pedían el año pasado a Macri que retitrase de la Aduana los trenes de estreno que la presidenta le había comprado. Más patetismo demostraron los fanáticos Nac&Pop cuando se horrorizaron, llamaron a saltar molinetes y juntaron firmas por el aumento del 127% que ordenó Macri hace un año, y no dijeron ni hicieron nada cuando en dos tantas (una a fines de octubre y otra a fines de diciembre) elevaron los pasajes de trenes y subtes casi 40% con tarjeta sube y 172% sin ella. Como si fuera poco Cristina se horrorizó por redes sociales, y luego en un discurso por Cadena Nacional, de un nuevo incremento de la tarifa del subte anunciada para marzo de este año —el hiperactivo Randazzo hasta prometió hacer "todo lo posible" para impedirlo— porque en el subte viajan los trabajadores y la gente humilde. Claro, en los trenes y los colectivos viaja la oligarquía.
En menos de un año y medio en que se vieron parches a medias y promesas de obras y mejoras, que en el mejor de los casos apenas si se están haciendo muy lentamente, otra vez la tragedia se apodera del ferrocarril matando a trabajadores. De nada sirvió que muchos servicios fueran cancelados por la imposibilidad de garantizar un servicio con condiciones mínimas de seguridad, y los pasajeros viajaran más apretados o en colectivos que demoran más tiempo. Ni que la Justicia haya avanzado hasta la instancia del Juicio Oral más por la lucha y la presión constante de los familiares que por la voluntad política de un Gobierno que desde el primer día trató de interponer recursos para ralentizarla o de difundir pistas falsas –como la culpabilización constante del maquinista–. En fin, lo que volvió a pasar no es otra cosa que el fruto amargo de una política de Estado de la corrupción e la ineficiencia.
La corrupción mata. Y el silencio, es complicidad.
© carlitosber.blogspot.com.ar, Junio 14 MMXIII
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