domingo, 27 de mayo de 2012

Intolerancia

El martes pasado, un grupo de políticos nominalmente opositores al Gobierno realizaron un "abrazo" simbólico al Palacio de Tribunales, supuestamente en reclamo de una mayor independencia de el Poder Judicial respecto del Ejecutivo.

Y, de paso, repudiar la serie de medidas políticas y judiciales que, a juicio de ellos, beneficiaron al vicepresidente Boudou, sospechado de estar implicado en la banda de amigos suyos que a través de un Fondo de Inversión radicado en un paraíso fiscal y una inusual gestión de la AFIP y el Ministerio de Economía,  se quedó con la ex Ciccone.

Resulta paradójico que durante un reclamo a favor de una 'Justicia independiente', algunas personas que se congregaban en el lugar hayan intentado impedir el trabajo del cameraman, un cronista y un productor del programa 678, a empujones y golpes y con insultos. 


Otra muestra de la intolerancia que está caracterizando el discurso político de una parte de la oposición y de una parte del oficialismo. 



De un lado dirán que los del PRO odian a los pobres, a los morochos, a los inmigrantes, a Cristina y al país porque ellos vinienron en los barcos, pero hace mucho, y siempre están a favor de cualquier imperialismo. Los del otro se justificarán con que el programa de propaganda oficial y órgano de réplica mediática de todo lo que se publique en los medios en contra del Gobierno está conformado por una caterva de mercenarios pagos por el Poder de turno.

La idea de que todo aquel que opina distinto es un enemigo es un camino peligroso y un juego de suma cero. La gente ya no se anima a debatir o hablar sobre política, porque se termina discutiendo acaloradamente sobre consignas vacías que no paran de la chicana barata. Y los muy convencidos de uno de los relatos, enseguida encasillan al que piensa distinto en el otro bando. No importa escucharlo, lo importante es ponerle el rótulo; y describirlo según un estereotipo.

El amigo es visto como un comprometido con la realidad, un militante y luchador de la causa. Y el enemigo es visto como un mercenario o, en el mejor de los casos, como un estúpido manipulado. Entre los dos bandos, sólo ven tierra de nadie como en los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial. No hay términos medios ni lugar para los débiles. Todo o nada.

Es entendible y hasta racional que el oficialista rabioso esté muy firme en lo que opina: está el recuerdo de 2001-2002 y la recuperación económica brutal de los últimos 10 años, están las consignas que el Gobierno rescató y se las apropió (derechos humanos, peronismo, militancia juvenil, etc), está cierto revanchismo social hábilmente manipulado desde el aparato comunicacional oficial que ha armado enemigos circunstanciales (la vieja oligarquía terrateniente, el imperialismo norteamericano, las corporaciones, etc). 

El opositor rabioso también tiene sus razones para horrorizarse más y más: el populismo sin objetivos claros ni planes a largo plazo (improvisaciones, contradicciones, cambios de reglas constantes); el discurso de que por poseer la mayoría se puede imponer sin restricciones (lo que produce avances sobre las instituciones o la libertad de prensa al borde de lo legal); y, en muchos, una resistencia ante el avance de la "negrada" que para ellos es manipulada por el Gobierno.

Un fanático K ve cómo estaba él y el país hace diez años y se ve ahora y tiene motivos sobrados para seguir creyendo. Un fanático PRO ve a la presidenta dar cadenas nacionales a diario pero no responder preguntas puntuales, ver que estallan casos de corrupción y no pasa nada, y que mucho de lo que dice el Gobierno en sus discursos y comunicaciones no es verdad y se pone de la cabeza.

El problema es cuando esa degradación de la discusión motoriza y justifica la violencia. Es necesario pisar el freno y escuchar al de en frente. Muy probablemente esté equivocado en algunas cosas. Pero más que seguro, tiene razón en mucho más otras de las que pensamos a priori. Hay que dejar de comprar discursos cerrados que hablan de verdad y realidad, y animarse a discutir incluso aquello que suena bello a nuestros oídos. No sólo discutamos con el que opina como uno, discutamos lo que nos dice el que opina igual. Busquemos la escala de grises o, incluso, rescatemos la crítica valida del otro bando. Sino, lo que pasó el martes será apenas un punto en una escalada donde van a pasar cosas aún peores. 

2 comentarios:

  1. La fe es un asunto complicado, y más cuando está fundada en una real victoria para el creyente. Para ilustrar esto: no hace mucho tiempo abundaban los menemistas -fundamentalistas del uno a uno, de la recuperación, la privatización y el primer mundo-, y quizás a riesgo de meter controversia, hoy día se está gestando nuevas camadas de fulano -istas, y con sus buenos y personales motivos, van a defender (o no)esta nueva situación con todo lo que tengan. Inclusive, con la cordura y la razón.
    Y si te ponés a pensar un segundo, esto sí que es embromado, porque un fanático es ciego. "Sacachispas es el mejor", ponele. Cuando Sacachispas anda de racha, todos nos hacemos de Sacachispas. Pero cuando el club empieza a hacer agua, bueno, hay que aguantar: para levantar la cosa con esperanza y, en segundo término, para convencerse que esa cosa buena todavía existe. Y ahí deja de gustar el fútbol, uno pasa a ser un hincha fanático.
    Y eso es lo que está pasando. Hoy más que nunca está vigente lo de "en reuniones, no hablar de religión, de fútbol y de política", porque se arma. Y la mejor ocasión para aprender, para superarse y descubrir que uno no es el ombligo del mundo se desperdiciada por defender una camiseta.
    Y como está visto en el fútbol, las hinchadas no resuelven sus problemas con un té y galletitas de por medio.
    Comparto que es una real necedad cualquier actitud talibana, porque convierte a la gente en cosas útiles a un interés, y por lo general, no muy sancto. Pero me pregunto, si llegara el Bounty a levar anclas y abandonar su paraíso en la Polinesia, ¿llegará a haber violencia? Quiero creer que el típico adormecimiento político algo va a moderar la calentura social, pero ¿qué hacemos si algún inconsciente llega a creerse capaz de comandar el motín?
    Quizás me tilden de pesimista por presentar la peor de las alternativas, pero la ley de Murphy está hecha para salvar esa mínima y lejana posibilidad de que todo salga como el cuerno. Porque si ese paracaídas llega a fallar, por mucho aletear de brazos que se intente, el desenlace va a ser uno solo.

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  2. Uno de los efectos más curiosos del peronismo actual es la resurrección de esa costumbre argentina arcaica, el gorilismo, con todo lo que tiene de irracionalidad antagonista. La imposibilidad de ver más allá del propio odio –y la glorificación de ese odio como una defensa de ciertas libertades o tradiciones o razones. Un mecanismo propio de los que se creen con derecho a algún poder y comprueban que lo han perdido. Mientras rumian cómo recuperarlo, se indignan por la supuesta injusticia de la pérdida. Ese gorilismo, por desgracia, puede llegar de la derecha o de la izquierda y a veces las confunde.
    Pero, los peronistas responden con el “gorilismo del poderoso”. El contrario es un enemigo con el que no se debate ni se negocia, por el bien de una patria de la que se consideran sus nuevos dueños. El contrario es vende patria, traidor, cipayo, elitista, aristocrático, oligarca, facho, si se consideran atacados desde la “derecha”; o zurdito que cobra por derecha, ‘personaje emblemático de la izquierda de salón’, mercenario, pensador banal, si sienten que el los corren “por la izquierda”. Hay que sumarle, además, las variaciones del neoestilo Clarín miente.
    Se trata de constituir al emisor del mensaje como enemigo y deslegitimarlo, definirlo como un productor de falsedades: no es preciso evaluar argumentos, datos, líneas, razones. Es un mecanismo clásico de los poderes fuertes pero temerosos, que necesitan usar su máquina para aplastar a los que plantean cuestiones cuyo debate podría molestarlo. Dos posturas que producen la incomodidad, la esterilidad del debate argentino actual: dos formas del poder tratando de ahogar a la otra sin tener que discutir argumentos. Las conocemos, las sufrimos.

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