viernes, 1 de junio de 2012

In God We Trust




El Gobierno nacional está atrapado en su laberinto. Se agotaron las reservas de libre disponibilidad, la caja previsional está al límite de sus posibilidades, los superávits gemelos son cosa del pasado, y, como si fuera poco, este año la cosecha dejará menos divisas.



El engreimiento tras la victoria arrolladora y la ausencia de cualquier contrincante presente o futuro, se estrelló contra el muro de la realidad, y hoy un problema central ocupa el centro de todas las atenciones: el atraso en el tipo de cambio.

El haber gastado más de la cuenta utilizando las reservas impide hoy tomar medidas anticíclicas: bajar los impuestos, aumentar las obras públicas, promocional las inversiones en bienes de capital. Todo lo contrario de lo que está sucediendo.

Esto no es una cuestión ideológica, como los apologistas del “modelo” insisten, es una cuestión técnica. Si no pensaron cambiar la matriz productiva del país, era sabido que la dependencia económica de la Argentina la hace vulnerable.

Se pagó la fiesta eleccionaria de 2009-2011. El 54% salió caro. Se pasó por encima cualquier tipo de límite lógico; la derrota de 2009 encegueció al Gobierno y el fallecimiento del líder –tanto en el armado político, como en la dirección económica–, dejó al país en manos de la improvisación.

El dólar a $4,50 no existe más. El Gobierno quiere evitar el pánico y la especulación en una economía dolarizada durante los últimos 35 años. 

En ese contexto real las restricciones a las importaciones afectan a toda la industria sobre todo. Porque se mueve con partes que se hacen en el exterior. Hay un corte fenomenal en toda la cadena de producción.

La Jefa dice que es la hora de la sustitución de importaciones. Pero eso no se puede hacer de un día para el otro, y menos en un clima de recesión de la economía local y de depresión de la economía mundial.

La frase suena muy linda. Pero sin una planificación, es sólo voluntarismo. Lo mismo que pretender ahora reeducar a la población a base de prohibiciones y de sermones televisivos. Parece que soñaran con irse a dormir y hoy, y levantarse en un país con la burguesía paulista, el aparato productivo chino, la clase trabajadora japonesa, los campos de petróleo de Arabia Saudita y el ejército estadounidense.

El Gobierno está atrapado en múltiples laberintos: el arribista de la campera de cuero que se transformó en un lastre en las encuestas de imagen pública; la cincuentena de muertos que tienen en sus manos por culpa del despilfarro de subsidios sin control que sólo profundizó la crisis del transporte público; la falta de una planificación de largo plazo que lleva a la constante improvisación y el cambio de las reglas de juego, que no espanta a inversores extranjeros solamente. Pero lo peor, es la incapacidad de dar malas noticias: no reconocen ni la crisis energética ni la inflación ni la corrida bancaria que está ocurriendo en estas últimas semanas.
  
Creen que reconocerlo, seria un signo de debilidad política. Por lo que la única manera de sostener esto, sin cambiar la lógica imperante, es con más restricciones: pesificación forzosa del mercado inmobiliario, restricción de las compras con tarjetas de crédito en el exterior, prohibición de abrir cuentas en divisas extrajeras, etc. 

Se habla de pesificación sin ningún programa ni idea; como si se pudiera provocar por generación espontánea. Sin incentivo alguno para invertir en pesos, nadie va a hacerlo a pérdida. Una inflación superior al 20% anual desde 2007 se come los ahorros de aquellos que no pueden especular en la burbuja inmobiliaria.

Tampoco hay que creerles a las pitonisas del desastre: no hay razones técnicas ni materiales para volver a un 2001, ni en el lejano plazo. Pero se le mete miedo a la gente con el apriete económico, y ahora cultural. El secretario de Comercio, el ministro de Economía en los hechos, convenció a la Jefa de que la economía es un juego de fuerzas mafiosas con las que conviene moverse en esos códigos, mediante el juego de las alianzas y traiciones.

En la realidad hablamos de un problema estructural. Hace 35 años que el ahorrista huye a la moneda extranjera cada vez que hay incertidumbre. Lo hace porque el gran especulador sólo utiliza divisas: para extranjerizarla en paraísos fiscales o reservarla en cajas fuertes y no declararla (hay casi tantos dólares de argentinos en el exterior como para pagar la deuda externa al contado), y para ponerse a salvo de la inflación (construyen pagando los materiales y la mano de obra en pesos, pero venden propiedades en dólares). Lo hace porque en los últimos 35 años hubo cinco grandes devaluaciones, tres hiperinflaciones, una recesión de casi 4 años, tres corralitos bancarios,  innumerables corridas bancarias y muchas advertencias sobre lo malo de invertir en divisas, seguidas inmediatamente por alguno de estos sucesos. Lo hace por 9 años de convertibilidad que dolarizó los hábitos de consumo (todavía se están pagando los viajes a Disney y Europa que hicieron algunos, o todo lo que compramos en los Todox$2).

En realidad, el “modelo” de reactivación basado en una economía recalentada mediante la incentivación del consumo condujo al cuello de botella cambiario. Sin control ni previsión a largo plazo, el Gobierno produjo una notable transferencia de una parte de la renta extraordinaria del sector agro-exportador para no sólo reocupar la infraestructura disponible (que había sobrevivido al proceso de destrucción de la industria iniciado, casualmente al mismo tiempo que empezó el proceso de dolarización de la economía), sino para contratar en el sector público y/o subsidiar a los que los sectores secundario y terciario no iban a poder absorber. 

Al mismo tiempo que se le garantizaba a las petroleras y a las mineras transnacionales ámbitos privilegiados de acumulación (que produjeron niveles de renta extraordinaria aún mayores que los del agro-exportador) sin ningún tipo de retención ni control estatal, el Gobierno subsidió a todas las empresas pagando parte las facturas de servicios básicos (luz, gas, agua potable) y de los boletos del transporte público, para garantizar la recuperación del poder adquisitivo sin la necesidad de grandes aumentos de sueldo.

El problema de la extranjerización de los sectores productivos más dinámicos (comercialización de la soja y los cereales, petróleo, minería), que no sólo producen con bajo nivel del valor agregado y aumentan el grado de dependencia (Argentina no fija los precios internacionales, que se fijan en dólares); es una sangría de remesas de regalías al exterior incontrolable. A esto se suma el aparato industrial atrasado (fruto de un proceso de industrialización sin revolución industrial) es incapaz de producir insumos básicos, bienes de capital, tecnología de punta y energía; por lo que debe importarlos. Y también se convierte en una sangría de divisas, ya que exporta mucho menos de lo que importa.

Tal como se dijo en un posteo anterior, Los Nac & Pop no cambiaron la raíz productiva del país porque ese no es su "modelo". Al principio no lo hicieron porque decían estar apagando el incendio de la herencia recibida. Después dijeron que necesitaban tiempo y que se iba a profundizar en un futuro. Pero lo cierto es que disfrutaron del viento de cola durante años, cuando convenía ir a fondo, tampoco lo hicieron. Ahora no quieren porque la crisis internacional arrecia.

La verdad es que para cambiar el perfil productivo hace falta voluntad de cambio, y no un populismo a la bartola, con gran nivel de improvisación, con una economía de la arbitrariedad y la idea populista de que sólo vale el presente. 

A menos que confíen en que Dios es argentino.

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